La actualidad parece haber acelerado un poco el paso hoy, al menos en Yemen, donde varias dimisones en la cúpula del Ejército (tres generales se han puesto de parte de los manifestantes) y numerosos casos de desobediencia en las propias fuerzas armadas han empezado a erosionar, no mucho aún, pero algo, el régimen del presidente del país, Ali Abdalá Saleh (en el poder desde hace 32 años).
Tras la matanza del pasado viernes, y ante la persistencia de las protestas y de la represión, el presidente no ha dejado de perder apoyos en los últimos días. Han dimitido los ministros de Turismo, de Asuntos Religiosos y de Derechos Humanos, y también otros 17 diputados y responsables gubernamentales, así como los embajadores yemeníes en Siria, Arabia Saudí y Naciones Unidas. Muchos clérigos, además, están instando a los soldados a desobedecer.
La presión también le está viniendo a Saleh desde fuera: A pesar de estar ocupados con el ataque a Libia a tiempo completo (la descoordinación requiere siempre un esfuerzo extra), las potencias occidentales han encontrado tiempo para dedicarle también un rato al empobrecido Yemen (¿le llegará también el turno a Bahréin? No parece tan fácil).
Francia, que parece haber tomado las riendas de Occidente en todo lo que tenga que ver con las revueltas árabes, considera que la marcha de Saleh «es inevitable». EE UU ha calificado la violencia empleada por el régimen como «inaceptable» (después de que Saleh le dijese a Obama que si acaso se creía «el presidente del mundo») y el Reino Unido, más comedido, se ha mostrado «extremadamente preocupado» por la situación.
No es gran cosa, y tanto Yemen como Bahréin siguen tremendamente relegados en lo que respecta a protagonismo informativo, pero es un principio.
Saleh, de momento, asegura que no piensa dar su brazo a torcer, aunque eso mismo aseguraron también en su día Ben Alí, Mubarak y Gadafi, y sólo este último se lo ha tomado, desgraciadamente, en serio. «Resistimos igual que las montañas», ha dicho el presidente yemení, justo antes de invocar a esa socorrida «mayoría del pueblo», que, según él, «permanece al lado de la seguridad, la estabilidad y la legitimidad constitucional» (en ese orden, obviamente).
Entre tanto unas 10.000 personas volvieron a manifestarse este lunes en la plaza de Saná, la capital del país, que ha sido rebautizada como plaza Taguir (plaza del cambio), y que rodean desde la tarde del domingo cientos de militares.
Una situación terriblemente difícil
En el contexto de las revueltas que sacuden desde hace ya casi tres meses Oriente Medio y el Magreb, el caso de Yemen es particularmente complejo. Ángeles Espinosa, corresponsal de El País, hace un esclarecedor retrato de la situación:
Yemen no es Túnez, ni siquiera Egipto. Aunque inspirados por el derrocamiento de Ben Ali, los yemeníes se enfrentan a mayores dificultades para lograr una transición pacífica hacia una democracia real, tras 32 años de gobierno de Ali Abdalá Saleh. Su país, uno de los más pobres del mundo, está lastrado por estructuras tribales, analfabetismo y varios conflictos armados. Con ese paisaje de fondo, es comprensible que muchos teman el riesgo de ‘somalización’. […]
En el antiguo Yemen del Sur, al deseo de mejorar las condiciones de vida se une el sentimiento separatista que esa región ha albergado desde la unificación con el Norte en 1990 y que ya originó una guerra civil cuatro años después.
No es la única fuerza centrípeta que amenaza la integridad del país. En el Norte, en la frontera con Arabia Saudí, el Gobierno de Saná afronta desde 2004 la insurrección abierta de los Huthi. Esta tribu de confesión chií zaydí, que el poder central utilizó en su día para frenar el avance salafista, se queja de discriminación religiosa, social y económica. Su última revuelta se acalló a sangre y fuego el año pasado.
Y por si ambos conflictos no resultaran suficientes para debilitar a cualquier Estado, Al Qaeda ha instalado en Yemen su central de operaciones para la península Arábiga. El grupo se beneficia del escaso control del Gobierno sobre la mayor parte del territorio yemení, donde el poder sigue estando en manos de jefes tribales y sólo un 10% de las carreteras están asfaltadas.
El club del más del 90%
Y para quien no conozca demasiado la trayectoria del presidente yemení, unas pocas líneas en la Wikipedia resumen bastante bien su trayectoria política:
En 1999 se convirtió en el primer presidente de Yemen elegido en sufragio universal, en unas elecciones en las que cosechó el 96% de los votos, si bien el principal partido de la oposición, el Partido Socialista de Yemen del Sur, no pudo presentar un candidato a los comicios. Su antagonista en las elecciones de 1999 era también un miembro del partido de Saleh, el Congreso General del Pueblo que se presentó como independiente. El Parlamento, dominado por el Gobierno, impidió presentarse a otros 28 candidatos.
En 2001, un referéndum extendió el mandato presidencial a siete años, lo que significó que la próxima elección presidencial tuvo lugar en septiembre de 2006 siendo nuevamente reelegido presidente, en unos comicios nuevamente tachados de fraudulentos por la oposición.
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