Ali Abdalá Saleh

Saná, Yemen. Foto: Ferdinand Reus / Wikimedia Commons

El presidente de Yemen, Abd Rabu Mansur Hadi, presentó este jueves su dimisión, apenas media hora después de que dimitiese también su primer ministro, Jalid Bahah. La crisis de Gobierno fue anunciada cuando aún no había pasado ni un día desde que el mandatario alcanzase un pacto con los rebeldes hutíes que en septiembre tomaron la capital, Saná. La caída del ejecutivo yemení supone, además de un relativa sorpresa, un nuevo paso hacia lo que muchos analistas ven ya como un precipicio político del que solo será posible escapar reconfigurando el país por completo.

Mansur Hadi, que contaba con el respaldo de Washington y era un fiel aliado en la lucha de EE UU contra Al Qaeda, puso su cargo en manos del presidente del Parlamento, Yahia al Raie, quien se reunirá este sábado con los diputados para aceptar o rechazar la dimisión del todavía jefe de Estado. En el caso de que la Asamblea Legislativa acceda, informa Efe, será el propio Al Raie quien asuma temporalmente la Presidencia.

Acorralado por el conflicto con el movimiento rebelde de los hutíes (chiíes), Mansur Hadi justificó su decisión en que Yemen se encuentra «en un callejón sin salida», y acusó a las distintas fuerzas políticas de «falta de responsabilidad».

El país está, efectivamente, ante una grave situación, en la que peligra su misma supervivencia como Estado. Pero se trata de una realidad muy compleja que no puede reducirse a un ‘simple’ conflicto más entre chiíes y sunníes, o a un tablero donde las potencias de la región (Irán, apoyando a los primeros; Arabia Saudí y los países ricos del Golfo, a los segundos) están echándose un nuevo pulso, por más que ambos factores puedan jugar, también, un papel importante.

El presidente de Yemen, Abd Rabu Mansur Hadi. Foto: Glenn Fawcett / Wikimedia Commons
El presidente de Yemen, Abd Rabu Mansur Hadi. Foto: Glenn Fawcett / Wikimedia Commons

«La nación más pobre del mundo árabe», «un nido de yihadistas»… Son ya prácticamente frases hechas, presentes de forma casi invariable en la mayoría de los reportajes que se publican sobre Yemen; lugares comunes con los que, en un par de pinceladas, se da por contextualizada la situación del país.

Y Yemen, es cierto, es la nación más pobre del mundo árabe (unos 1.500 dólares de renta per cápita en 2013, y millones de personas subsistiendo con 2 dólares al día), como también es cierto que en los últimos años el país se ha convertido en una de las principales canteras del yihadismo fundamentalista, gracias, especialmente, pero no solo, a la presencia de Al Qaeda en la Península Arábiga, AQPA.

Pero en este roto y diverso territorio, cuya ‘primavera’ se cerró en falso tras la frustrante salida del presidente Saleh hace ahora tres años, conviven también, desde hace décadas, otros dramas que tan solo asoman la cabeza cuando, como ha ocurrido estos días, la crisis se desborda en alguno de ellos.

O cuando, como ahora, la preciada ‘estabilidad’ por la que tanto han hecho y deshecho Estados Unidos y sus aliados del Golfo (Yemen tiene una posición estratégica fundamental, entre la petrolera Arabia Saudí y las líneas comerciales marítimas del Golfo de Adén, y es, además, el principal foco de Al Qaeda en la región), se ve seriamente amenazada.

En septiembre de 2014 los rebeldes hutíes se hicieron con el control de la capital yemení, Saná, tras varias semanas de sitio. El pasado fin de semana depusieron de hecho al presidente del país, Abd Rabu Mansur Hadi, a quien mantuvieron asediado en su propia casa. Los combates del lunes y el martes en Saná se saldaron con al menos 35 muertos y 94 heridos. Este miércoles, los rebeldes y el presidente alcanzaron finalmente un acuerdo: la milicia abandonaría el palacio presidencial y dejaría en libertad al jefe del Estado Mayor, que estaba secuestrado desde el sábado. A cambio, el proyecto de Constitución al que se oponen los milicianos podría ser modificado. Hoy, sin embargo, la crisis ha tomado un rumbo completamente distinto, con la dimisión de Mansur Hadi y de su gobierno.

Estas son algunas claves para intentar entender mejor lo que está ocurriendo:

Un poco de contexto

La actual república de Yemen nació de la unión, en 1990, del Yemen del Norte (tradicionalista) y el del Sur (marxista). El Norte (con capital en Saná) se había independizado del Imperio Otomano en 1918; el Sur (Adén), del Reino Unido en 1967.

El país pasó por una brutal guerra civil en los años 90 y, en 2009, cientos de personas fueron asesinadas y más de un cuarto de millón, desplazadas, por los enfrentamientos entre las tropas gubernamentales y los rebeldes hutíes. El Gobierno declaró un alto el fuego en febrero de 2010.

En los últimos años Yemen ha sido escenario de al menos seis enfrentamientos armados entre los hutíes del norte y el Gobierno, a lo que hay que sumar la revuelta separatista en el sur, los frecuentes ataques de Al Qaeda, las luchas por el poder entre diversas facciones tribales y militares, y la represión de las protestas prodemocráticas durante la llamada ‘Primavera Árabe’.

Como consecuencia, el país ha sufrido una inestabilidad difícil de imaginar, alentada, además, por la debilidad del Estado, la corrupción y el deterioro de la economía y las infraestructuras. El elevado desempleo, el alto precio de los alimentos y los limitados servicios sociales hacen que más de 10 millones de yemeníes, según cifras citadas por la BBC, se hallen por debajo de los límites de la seguridad alimentaria.

La sombra de Saleh

Yemen es uno de los países en los que el impacto de la ‘Primavera’ provocó un cambio de régimen. En esta ocasión, sin embargo, la salida del autócrata presidente Ali Abdullah Saleh tras 33 años en el poder no fue precisamente lo que podría calificarse como un éxito revolucionario.

Con la inmunidad asegurada por el Parlamento, y tras un breve periplo que le llevó primero a EE UU (donde recibió asistencia médica) y después a Etiopía, Saleh regresó a Yemen, cedió el poder a su adjunto, Mansur Hadi, y, en febrero de 2012, inauguró incluso en Saná un museo dedicado a sí mismo y a su legado político. Su influencia en la política local sigue siendo muy importante.

Desde la salida de Saleh, Yemen ha visto intensificada su histórica inestabilidad, a pesar de que muchos en la comunidad internacional habían dado por cerrada la crisis y el proceso de transición.

La fragmentación tribal y religiosa, las grandes desigualdades económicas y la mencionada pobreza en que vive una gran parte de la población, así como el legado de la continua injerencia de potencias extranjeras como el Reino Unido (antiguo poder colonial) o, más recientemente, Estados Unidos (que tiene en Yemen uno de los principales objetivos de su guerra contra el terrorismo), Egipto y Arabia Saudí, han acrecentado las luchas por el poder, ante la situación de colapso del anterior Gobierno y la reestructuración llevada a cabo en el Ejército y las fuerzas de seguridad.

En medio de esta situación, la milicia hutí, muy activa políticamente, ha conseguido importantes avances territoriales, llegando a hacerse con el control de la capital.

¿Quiénes son los hutíes?

La milicia hutí (escrito también «huthi», o «houthi», aunque la transcripción más correcta en castellano sería «huzi») es el grupo político y militar mejor organizado del norte del país. En la actualidad, los hutíes, conocidos también como Ansar Alá (seguidores de Dios), controlan un amplio territorio entre la provincia de Saada (su feudo principal, en la frontera con Arabia Saudí) y la capital, Saná. Su influencia llega también a algunas zonas situadas más al sur.

El movimiento tiene su origen en un pequeño grupo religioso denominado Los Jóvenes Creyentes, cuyo objetivo era revitalizar el zaidismo. Los zaidíes son una rama del islam chií, surgida alrededor del siglo VIII y considerada una de las variantes más próximas, doctrinalmente, al sunnismo. El mayor número de seguidores de esta secta vive en el norte de Yemen, donde constituyen la mayoría de la población.

La denominación de «hutíes» procede de Hussein Badr al Din al Hutí, un líder religioso zaidí y miembro del Parlamento yemení que, al calor del sentimiento antiestadounidense provocado por la invasión de Irak en 2003, lideró en 2004 la primera revuelta del grupo contra el gobierno de Saleh, ya entonces aliado de Washington. Al Hutí contó asimismo con el apoyo de grupos tribales largamente castigados por las campañas militares de Saleh.

El objetivo entonces era conseguir una mayor autonomía en su territorio de la provincia de Saada, y proteger las tradiciones culturales y religiosas de los zaidíes, ante lo que consideraban un avance cada vez más invasivo del islamismo sunní.

Cuando, a finales de 2004, el ejército yemení mató en combate a Al Hutí, su familia mantuvo el control del grupo y lideró otras cinco revueltas, hasta el frágil alto el fuego firmado con el Gobierno en 2010.

¿Qué ha llevado a la crisis actual?

En 2011, los hutíes se unieron a las protestas populares contra Saleh y obtuvieron ventaja del vacío de poder subsiguiente, expandiendo su control territorial desde Saada a la vecina provincia de Amra. Más tarde participaron en la llamada Conferencia Nacional de Diálogo, tras la que, en febrero de 2014, el presidente Mansur Hadi anunció planes para convertir Yemen en una federación de seis regiones.

El pasado mes de julio, los hutíes infligieron en Amra varias derrotas a grupos tribales y de milicianos apoyados por los islamistas del partido Al Islah. El grupo ganó también en apoyo popular, circunstancia que los hutíes achacan a la frustración generada por el gobierno de transición, dominado aún por políticos ligados al antiguo régimen, incluyendo, aunque indirectamente, al propio Saleh.

A finales de ese mismo mes, el Gobierno canceló el subsidio a los carburantes, como parte de sus reformas económicas. El precio de la gasolina se duplicó. Alentado por sus victorias militares en el norte, el nuevo líder hutí, Abdul Malik al Hutí, exigió en agosto al presidente que recuperase los subsidios, y que formase un nuevo ejecutivo «no corrupto».

Miles de seguidores hutíes, tanto chiíes como sunníes, comenzaron entonces sentadas de protesta y bloqueos en edificios gubernamentales y carreteras de Saná, hasta que, en septiembre, el presidente accedió a sustituir al Gobierno y prometió rebajar los precios de los carburantes. Pero la iniciativa fue rechazada por los hutíes, al considerarla insificiente. Una semana después, las fuerzas de seguridad dispararon contra manifestantes hutíes en la capital, causando siete muertos.

El 18 de septiembre, enfrentamientos entre milicianos hutíes y sunníes en Saná dejaron 40 muertos, y el 21 de ese mes los hutíes ocuparon edificios clave en Saná. El entonces primer ministro, Mohammed Basindwa, dimitió, y el Gobierno y los hutíes firmaron un acuerdo, patrocinado esta vez por Naciones Unidas. Hutíes armados, sin embargo, continuaron patrullando las calles de Saná y, el 14 de octubre, los rebeldes capturaron la estratégica ciudad de Hudeida, en el Mar Rojo.

Una semana antes, al menos 47 personas murieron en un atentado suicida, perpetrado en la capital contra un grupo de seguidores de los rebeldes hutíes. El ataque fue reivindicado por Al Qaeda.

El 7 de noviembre los rebeldes rechazaron el nuevo gobierno, y el pasado 20 de enero milicianos hutíes atacaron la residencia de Mansur Hadi y se hicieron con el control del palacio presidencial, dos días antes de que tanto el presidente como el primer ministro presentasen su dimisión.

La situación en Yemen, en octubre de 2014. Mapa: archicivilians.com. (Pinchar en la imagen para ampliarla)
La situación en Yemen, en octubre de 2014. Mapa: archicivilians.com. Ampliar

¿Les apoya Irán?

Los hutíes lo niegan, pero es lo que piensan tanto las autoridades yemeníes como las saudíes, y lo que puede leerse también en muchos análisis publicados estos días.

De hecho, el Gobierno yemení (al que, además de EE UU, apoyan también Arabia Saudí y las monarquías sunníes del Golfo) ha interceptado barcos cargados de armas iraníes cuyo supuesto destino eran los rebeldes hutíes. Los saudíes temen que los hutíes acaben creando un mini Estado títere del Irán chií en el norte de Yemen, junto a su frontera.

Exista o no este apoyo, sin embargo, la reducción del conflicto a un mero enfrentamiento entre chiíes y sunníes, extrapolando las realidades del Líbano o de Irak, supone una gran simplificación, e implica considerar sunníes a todos los rivales de los hutíes, algo que no es cierto.

Lo explican en la revista Middle East Report los profesores Stacey Philbrick Yadav y Sheila Carapico:

Está visión está completamente equivocada. El zaidismo está relacionado con la rama imamí del chiísmo (institucionalizada en Irán), del mismo modo que, por ejemplo, los ortodoxos griegos son una rama del catolicismo. Relacionar ambos credos puede tener sentido, tal vez, en términos esquemáticos, pero en lo relativo a doctrina, prácticas, políticas y hasta festividades religiosas, el zaidismo y el chiísmo imamí son muy distintos.

Por otra parte, históricamente tanto la ciudad de Saná como las zonas del norte han sido territorio zaidí, de modo que la resistencia al avance hutí no ha procedido exclusivamente de «tribus sunníes», como han sugerido muchos periodistas, sino también de los propios hijos de tribus zaidíes que, cuando se unieron al partido neoconservador Al Islah [islamistas en la oposición, relacionados con los Hermanos Musulmanes], adoptaron una ‘identidad sunní’ inspirada por el wahabismo saudí y/o por los Hermanos Musulmanes egipcios. El clan Al Ahmar, cuyos jeques están entre los más importantes de la histórica confederación tribal zaidí Hashid, situada entre Sa’ada y Saná, y que detesta a los hutíes, es zaidí por parentesco y, a la vez, sunní por su conversión nominal tras su afiliación al partido Al Islah.

Por otro lado, el grupo mayoritario en la costa y en las provincias meridionales son los shafíes, quienes son sunníes (del mismo modo que los luteranos o los metodistas son protestantes), pero que rara vez se identifican a sí mismos como tales, a pesar de que históricamente se han distanciado de los regímenes zaidíes en Saná.

Lo cierto es que, en el limitado sentido en que este conflicto es «sectario», también lo es institucional: empezó con la rivalidad existente entre campamentos hutíes y campamentos salafistas financiados por Arabia Saudí, en la ciudad de Dammaj (históricamente zaidí), un relato bastante más interconectado con el poder estatal contemporáneo que con «eternas disputas» entre las dos ramas dominantes del islam.

Aparte del Gobierno, los principales rivales a los que se enfrentan actualmente los hutíes son Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA), que considera a la comunidad chií como apóstata y justifica el asesinato de sus miembros, y Ansar al Sharia, una milicia radical sunní presente en el sur y el este del país.

Al Qaeda

La rama yemení de la Al Qaeda, integrada en AQPA, es una de las más activas en la actualidad, y sus milicianos son objetivo de continuos ataques aéreos por parte de aviones no tripulados (drones) estadounidenses, que cuentan con el respaldo del Gobierno.

Yemen fue siempre una zona fundamental en la estrategia del fallecido Osama bin Laden, cuyo padre nació en este país y se trasladó posteriormente a Arabia Saudí.

La organización se reforzó a partir de los años 90 con el regreso de los muyahidines que combatieron a los soviéticos en Afganistán, y que participaron junto a fuerzas yihadistas, algunas vinculadas al sector más extremista de Al Islah, en la guerra civil contra el Partido Socialista de Yemen (PSY) y los partidos afines.

La guerra entre el Ejército yemení y Al Qaeda comenzó en 2001. Desde entonces se han venido produciendo numerosos enfretamientos entre las tropas gubernamentales y los insurgentes yihadistas, cuya presencia se ha expandido por todo el país, especialmente en la zona del antiguo Yemen del Sur.

Durante la presidencia de Saleh, sus opositores le consideraron culpable de la situación en el sur al no haber tomado medidas suficientes para frenar la entrada de Al Qaeda. Algunos grupos detractores aseguraron incluso que Saleh estaba utilizando la presencia de la organización terrorista como excusa para hacer temer una expansión islamista si su gobierno caía y afianzar así su poder y respaldo internacional.

Tras el derrocamiento de Saleh, los insurgentes utilizaron el caos que surgió para ampliar su presencia en el país. Mansur Hadi inició una reforma en el Ejército y ordenó una nueva ofensiva.

Expulsada de las gobernaciones de Abyan y Shabwah por los ataques aéreos de EE UU y las ofensivas del Ejército, la principal zona de influencia de Al Qaeda se extiende ahora por la gobernación de Hadramaut.

En las ciudades bajo control de Al Qaeda se han declarado pequeños «emiratos islámicos», donde se ha impuesto una interpretación estricta de la sharia, incluyendo numerosas detenciones arbitrarias y ejecuciones. Ello ha provocado masivos desplazamientos entre la población civil, que ha emigrado a zonas más seguras, como las ciudades de Adén y Saná.

Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA), con base en Yemen, asumió la autoría del atentado contra la revista satírica francesa ‘Charlie Hebdo’ perpetrado el pasado 7 de enero. Un dirigente militar de AQPA, Nasr bin Ali al Anesi, aseguró en un vídeo (en la imagen) que «la invasión bendita de París» fue planeada y financiada por la cúpula de su organización en «venganza» por las ofensas contra el profeta Mahoma. El ataque causó la muerte de doce personas, incluyendo el director de la revista, «Charb», otros ocho empleados y dos policías.

Ansar al Sharia

La otra organización salafista-yihadista importante que opera en Yemen es Ansar al Sharia, una ‘marca’ afiliada a Al Qaeda que incluye a diferentes grupos radicales de milicianos sunníes presentes en el sur y el este del país.

Se cree que Ansar al Sharia («seguidores, o partidarios, de la ley islámica») fue formada por AQPA como respuesta a un cada vez mayor movimiento opositor al Gobierno de Saleh que no comulgaba, sin embargo, con la estrategia de los grupos fundamentalistas, centrada en derrocar al régimen de forma violenta y en establecer un estado islámico basado en su particular interpretación extremista y literal de la sharia.

A principios de 2011, y aprovechando que las autoridades y el ejército estaban ocupados en la represión de las primeras protestas contra el gobierno de Saleh, Ansar al Sharia tomó el control de la provincia de Abyan, en el sur de Yemen. Durante unos diez meses, hasta junio de 2012, y según un informe de Amnistía Internacional, la zona se convirtió en un auténtico reino del terror.

Con el pretexto de «mantener el orden», y para hacer cumplir sus normas sociales y religiosas, los armados militantes de Ansar al Sharia sometieron a la población a lo que Amnistía calificó como una «horrible» violación de los derechos humanos, y que incluyó desde matanzas, torturas y confesiones forzosas hasta castigos como amputaciones, flagelaciones y crucifixiones para delitos como el espionaje o el robo.

Los islamistas: Al Islah

Al Islah, apócope de Congregación Yemení para la Reforma, es el principal partido islamista y opositor del país. Fue fundado en 1990 bajo el liderazgo del jeque Abdulá al Ahmar, y contó en su nacimiento con el apoyo de Saleh, quien potenció un islamismo político para rebajar el peso histórico de los imanes zaidíes en el país. El partido mantiene lazos con los Hermanos Musulmanes egipcios.

Asimismo, Saleh, respaldado por los países del Consejo de Cooperación del Golfo, se aprovechó durante los primeros años de su mandato de este islamismo político para reducir el poder de las formaciones marxistas presentes en el sur, con el PSY a la cabeza.

A pesar de que cuenta en sus filas con simpatizantes opuestos a la causa hutí, Al Islah ha expresado públicamente su oposición a la ofensiva contra los hutíes, argumentando que ello supondría apoyar a un gobierno respaldado por Occidente.


Más información y fuentes:
» Yemen se precipita hacia el caos político (Efe)
» Dimite el presidente de Yemen tras días de combates con los Huthi (El País)
» The Breakdown of the GCC Initiative (Stacey Philbrick Yadav y Sheila Carapic, en Middle East Report)
» Quién es quién en la lucha de poder en Yemen (Europa Press)
» Questions, answers on Yemen as rebels, president strike deal (AP)
» Yemen crisis: Who are the Houthis? (BBC)
» El rompecabezas yemení (Itxaso Domínguez de Olazábal, en Baab Al Shams)
» Yemen chaos puts uncertainty into Obama terror fight – or does it? (Howard LaFranchi, en The Christian Science Monitor)
» Yemen: the bloody road from national dialogue (AFP)
» A Poor People’s Revolution: The Southern Movement Heads Toward Independence from Yemen (Susanne Dahlgre, en Middle East Report)
» Yemen’s Houthis and their «Peaceful Revolution» (Robert Sharp, en International Policy Digest)
» As the Houthis Rise in Yemen, it is Worth Remembering that Zaydi Islam Was Not Historically Radical (Michael Collins, Middle East Institute)
» An old hand is at work in Yemen’s bloody civil war (Robert Fisk, en The Independent)
» Yemen (M’Sur)

Yemen, el país roto

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El hasta ahora presidente de Yemen, Alí Abdalá Saleh, concluyó este lunes más de tres décadas de mandato con el traspaso oficial del poder a su sucesor, Abdo Rabu Mansur Hadi, quien destacó los «duros desafíos» a los que se enfrenta.

En una ceremonia que duró una media hora, celebrada en el Palacio Presidencial de Saná, Saleh entregó a Hadi una bandera yemení: «Entrego la libertad, la seguridad, el pueblo y el país a unas manos seguras», afirmó Saleh, de 69 años, en un discurso en el que se comprometió a apoyar al nuevo presidente en su misión, que calificó de «inmensa».

Saleh deja el poder, 33 años después

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Ali Abdalá Saleh. Foto: Helene C. Stikkel / Wikimedia Commons

El Gobierno de Estados Unidos ha desmentido que, como señalaron varios medios hace unos días, haya tomado ya una decisión sobre la solicitud del presidente yemení, Ali Abdalá Saleh, de viajar al país para recibir tratamiento médico: «Pese a los informes que indican lo contrario, Estados Unidos sigue considerando la petición del presidente Saleh de entrar en el país con el único objetivo de buscar tratamiento médico», afirmó el portavoz adjunto del Departamento de Estado, Mark Toner.

Sin embargo, el pasado fin de semana, Saleh habló con los periodistas y les dijo lo siguiente:

Voy a ir a Estados Unidos. No para seguir un tratamiento, porque me encuentro bien, sino para no ser el centro de atención, para alejarme de las cámaras y permitir al gobierno de unidad que prepare las elecciones adecuadamente.

Es decir, Saleh dice que no necesita tratamiento médico, y Washington sostiene que, en todo caso, solo le concedería un visado para que se sometiese a un tratamiento médico. Cualquiera con dos dedos de frente puede deducir la conclusión: Saleh no debería poder viajar a Estados Unidos.

¿Qué es lo que está considerando Obama entonces? Probablemente, la mejor manera de salir airoso de una situación en la que será criticado, decida lo que decida. Si le deja entrar, estará dando cobijo a un autócrata responsable de la muerte de centenares de manifestantes, y alimentando de paso las quejas de la oposición yemení, que desea que el mandatario sea juzgado (y condenado) en Yemen. Pero si no le deja, Washington podría estar perdiendo una buena oportunidad para aliviar la tensión en Yemen antes de las elecciones presidenciales, previstas para febrero. Según publicó el New York Times, el debate en el seno del Gobierno estadounidense está siendo «intenso». Saleh es, para entendernos, un típico caso de patata caliente.

Buscando referencias y antecedentes, estos días algunos expertos se han remontado incluso a los tiempos de Jomeini. En 1979, el gobierno demócrata de Jimmy Carter permitió que el sha fuera a curarse a Estados Unidos, lo que contribuyó a acabar de abrir las puertas a la revolución islámica. Días más tarde comenzó la larga crisis de la toma de rehenes en la embajada estadounidense en Teherán.

Que los dictadores abandonen el país cuando están a punto de perder el poder resulta siempre sospechoso, por no decir inquietante. Porque lo mismo ya no vuelven. Pero, a la vez, ¿cuántas muertes se habrían evitado en Libia si Gadafi, por poner un ejemplo, hubiera recibido asilo en algún país, en el caso de que hubiese querido irse? Es verdad que existen mil razones para desconfiar de la eficacia de la justicia internacional. Pero también lo es que la muerte de Gadafi (asesinado salvajemente sin proceso alguno) no fue precisamente un acto de justicia.

En el caso de Saleh, por otro lado, su salida puede tener un aspecto positivo. El Parlamento yemení está intentando conseguir la impunidad para el presidente, como parte de los acuerdos de transición. Pero si finalmente lo logra, esa impunidad tendría poco valor fuera del territorio yemení.

La patata caliente de Saleh

El Gobierno de Estados Unidos ha desmentido que, como señalaron varios medios hace unos días, haya tomado ya una decisión sobre la solicitud del presidente yemení, Ali Abdalá Saleh, de viajar al país para recibir tratamiento médico: «Pese a los… Leer

Marc Lynch, en Foreign Policy (19/9/2911):

El largo periodo de estancamiento en Yemen dio ayer un giro sangriento, tan horrible como totalmente predecible. Las fuerzas del régimen abrieron fuego contra los tenaces y pacíficos manifestantes en la Plaza del Cambio, en Saná, matando a decenas de ellos e inundando los hospitales de heridos. Internet se llenó de vídeos espantosos que parecían proceder de Libia o Siria. La crisis de violencia que muchos hemos estado avisando que sucedería si dejábamos de lado este país, […] ha llegado ya. La masacre de Saná debería ser una señal muy clara de que el actual ‘status quo’ en Yemen no es estable ni sostenible, y de que el fracaso en encontrar una solución política asegura el derramamiento de sangre y una escalada de la crisis humanitaria. Ahora es el momento de presionar para que se produzca una transición política inmediata, una que no puede incluir la inmunidad para los hombres de Saleh. […]

Leer el artículo completo (en inglés)

El precio de ignorar a Yemen

Marc Lynch, en Foreign Policy

Apenas un par de días después de anunciar «elecciones anticipadas» (no dijo ni cuándo ni cómo), y cuando algunos pensaban ya que a la tercera iría la vencida, el presidente de Yemen, Ali Abdalah Saleh, ha vuelto este domingo a negarse a firmar el acuerdo que le permitiría dejar el cargo a cambio de inmunidad. El acuerdo, alcanzado el pasado 24 de abril, está diseñado por el Consejo de Cooperación del Golfo y tiene el apoyo tanto de EE UU como de la UE.

Hace un mes, parecía que Saleh iba a ser el siguiente tirano en caer como resultado de las revueltas populares en el mundo árabe, tras Ben Ali en Túnez y Mubarak en Egipto.

La solución estaba muy lejos de ser ideal, ya que permitía al presidente dejar el poder sin tener que rendir cuentas por la represión y las violaciones de los derechos humanos cometidas por su gobierno contra manifestantes y opositores durante estos últimos meses (hay contabilizados cerca de 200 muertos). Pero muchos la veían como un mal menor que podría devolver a Yemen un poco de estabilidad tras cuatro meses de protestas; el principio, aunque imperfecto, de una transición. Hoy, sin embargo, la realidad se parece más a la antesala de una guerra civil (otra más) en el país más pobre del mundo árabe.

De momento, las monarquías del Golfo han anunciado «la suspensión» de su mediación en la crisis tras el nuevo rechazo de Saleh a firmar el acuerdo. El presidente, entre tanto, insiste en sus argumentos y afirma que el plan es una «operación golpista» y que sólo lo aceptó «por la presión» de EE UU y la UE.

Para evitar sorpresas, hombres armados simpatizantes de Saleh mantuvieron cercada durante varias horas este domingo la Embajada de los Emiratos Árabes Unidos en Saná, donde estaban reunidos embajadores de Estados Unidos, Europa y el Consejo de Cooperación del Golfo para intentar que el mandatario yemení firmara de una vez.

Su presencia en las calles aumentó la tensión y el riesgo de enfrentamientos con las miles de personas que volvieron manifestarse este domingo en la capital del país para exigir la renuncia del presidente.

Ali Abdalah Saleh lleva 33 años en el poder.

El presidente de Yemen vuelve a negarse a dejar el poder

Apenas un par de días después de anunciar «elecciones anticipadas» (no dijo ni cuándo ni cómo), y cuando algunos pensaban ya que a la tercera iría la vencida, el presidente de Yemen, Ali Abdalah Saleh, ha vuelto este domingo a… Leer

Con toda la atención del mundo puesta en la muerte de Bin Laden, ejecutado por el ejército de EE UU en la madrugada del lunes pasado, las revueltas árabes parecen haber entrado en una especie de tiempo muerto, al menos en lo que respecta a los intereses de la llamada «audiencia global».

Pero la muerte de líder de Al Qaeda no es, con ser el más importante, el único factor que estaría eclipsando lo que hasta hace tan sólo un par de semanas parecía un movimiento imparable y sin vuelta atrás. Desde Libia hasta Irak, pasando por Yemen, Siria o Palestina, el desgate, por razones diversas, empieza a hacer mella en los movimientos revolucionarios.

En Libia, y pese a los bombardeos de la OTAN, el conflicto atraviesa un claro estancamiento que está perjudicando cada vez más a los rebeldes. La escasez de recursos del gobierno opositor es tremenda, tanto militarmente como en lo que respecta a bienes y servicios para atender las necesidades básicas de la población. Las tropas de Gadafi, mientras tanto, siguen emplazadas a unos 50 kilómetros al oeste de Ajdabiya, el último bastión conseguido por los opositores hace ya más de dos semanas y después de intensos enfrentamientos.

Ante la evidencia creciente de que la solución militar se está volviendo imposible, los 22 aliados que respaldan la intervención de la OTAN (el llamado Grupo de Contacto) están tratando de buscar vías políticas para aumentar la presión sobre el régimen de Gadafi, incluyendo una llamada «hoja de ruta hacia la democracia» y la creación de un fondo, denominado Mecanismo Financiero Temporal, cuyo objetivo será canalizar recursos al gobierno rebelde de Bengasi «de forma más transparente y bajo el paraguas de la ONU».

A Hillary Clinton, por cierto, le preguntaron ayer los periodistas si EE UU contemplaba para Gadafi una operación similar a la que ha acabado con la vida de Bin Laden. La secretaria de Estado, evidentemente, no respondió: «Nuestro trabajo en Libia consiste en proteger a los civiles. Lo mejor sería que Gadafi detenga cuanto antes su brutales ataques contra la población y abandone el poder. Ese es el objetivo», dijo.

Entre tanto, en Siria, la brutal represión del régimen de Bashar al Asad parece estar dando sus frutos. El dictador no se ha mostrado muy impresionado por la tímida presión internacional que está recibiendo (embargo de armas por parte de la UE –¿aún seguíamos vendiéndolas?–, bloqueo de cuentas bancarias por parte de EE UU) y, a base de mano dura, va recuperando el control, aunque sólo sea de momento.

Tampoco hay que olvidar que el presidente sigue contando con el apoyo de una parte de población, aunque, dada la maquinaria propagandística del régimen, y con el veto vigente a los medios de comunicación extranjeros, este apoyo sea imposible de calcular. Mónica G. Prieto contaba hoy en su blog que la mayoría de un grupo de refugiados sirios a los que ha entrevistado en Líbano no culpan a Asad de la situación, sino a su hermano Maher, responsable directo de las fuerzas especiales implicadas en la represión.Para los defensores del dictador, todo se trata de un complot orquestado para derrocar a un régimen laico, y las revueltas son obra de un pequeño grupo de fundamentalistas islámicos empeñados en sembrar el caos y alentados por la prensa occidental.

Lo cierto es que este jueves el ejército sirio ha empezado a retirarse de Deraa, el corazón de las protestas, después de haber realizado cientos de detenciones, registros y confiscaciones de armas y material. Deja un rastro de muertos que, según algunas organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional, podría superar el medio millar. Misión cumplida. La ciudad, por si acaso, seguía incomunicada y bajo un estricto toque de queda, con tanques y francotiradores en varias calles, según informa El País.

En cualquier caso, Asad no las tiene aún todas consigo, ni mucho menos. En la madrugada de ayer el régimen realizó detenciones masivas (centenares de personas arrestadas) en Damasco, como medida disuasoria ante las nuevas protestas convocadas para hoy, esta vez bajo el nombre de «viernes del desafío».

En Yemen, por otra parte, el acuerdo para que el presidente Ali Abdulah Saleh abandone el poder recubierto de inmunidad (a pesar de lo cual, se sigue resistiendo) no ha acallado la revuelta pero le ha restado fuerza. La muerte de Bin Laden, además, no ha hecho más que recordar la importante presencia de Al Qaeda en este país, algo que no juega precisamente a favor de los manifestantes, si se tiene en cuenta que el gobierno ha estado mimado por EE UU hasta antes de ayer para que siguiera ejerciendo su papel de tapón contra la organización terrorista. El miércoles, el ejército yemení mató a dos militantes de Al Qaeda, un día después de que un atentado atribuido a este grupo integrista acabara a su vez con las vidas de nueve personas (cuatro civiles, cuatro policías y un militar). El terrorismo ha regresado a las portadas de los periódicos.

También en Irak Al Qaeda ha vuelto a cobrar protagonismo. En un país donde las protestas sociales han recibido menos atención, tal vez por estar dirigidas contra un gobierno teóricamente democrático y respaldado por Occidente, la seguridad ante posibles represalias por la muerte de Bin Laden ha pasado a primer plano, y con razón. Este mismo jueves, un coche bomba conducido por un suicida ha causado más de una veintena de muertos en la ciudad de Hila.

En Bahréin, mientras tanto, continúan las protestas y las detenciones (varios médicos y enfermeros van a ser juzgados por haber asistido a manifestantes), y en Palestina, por último, el acuerdo de reconciliación alcanzado esta semana por Fatah y Hamás parece llegar justo a tiempo para contener el creciente descontento de una población que, al margen de la ocupación israelí, no se resigna ante la inoperancia y la corrupción de sus gobernantes.

¿Significa todo esto que las revueltas árabes están languideciendo?

Es probable que las especiales condiciones que permiten el triunfo de una revolución en países tan férreamente controlados por sus regímenes sólo puedan prosperar si ocurren con cierta rapidez, como sucedió en los casos de Túnez o Egipto. Es posible que, de no ser así, el régimen acabe haciendo efectiva su maquinaria represora, la atención y el apoyo internacional se vayan reduciendo y el desgaste vaya minando poco a poco a los revolucionarios.

Pero también puede ser que ese hipotético desgaste, o la impresión que podamos tener desde fuera, no lo sea en realidad. Cada país tiene su propia realidad, sus propios problemas y su propio ritmo revolucionario. Donde unos necesitan dos semanas, otros necesitan un año.

Un análisis optimista pasa por creer que, al final, Gadafi caerá, y su caída renovará el impulso en otros países. Pasa por pensar que el levantamiento del pueblo sirio, pese a la complejidad étnica, religiosa y política que conlleva, es irreversible, y que Asad, tarde o temprano, con ayuda del exterior o sin ella, también caerá. Pasa por confiar en que la dimisión de Saleh, por muy apañada e injusta que sea, abrirá un camino para un nuevo Yemen más democrático, y que, tal vez un día, algún tribunal internacional le pedirá cuentas.

Las razones para la revolución no han cambiado.

La revolución árabe, en tiempo muerto

Con toda la atención del mundo puesta en la muerte de Bin Laden, ejecutado por el ejército de EE UU en la madrugada del lunes pasado, las revueltas árabes parecen haber entrado en una especie de tiempo muerto, al menos… Leer

El presidente de Yemen, Ali Abdalah Saleh, en junio de 2010. Foto: Kremlin / Wikimedia Commons

El gran manipulador. El presidente yemení se ha presentado a sí mismo durante más de 30 años como el único capaz de preservar la unidad del país. Un gran perfil de Ali Abdalah Saleh, escrito por Ángeles Espinosa hace aproximadamente un mes, pero necesario para entender lo que está ocurriendo ahora en Yemen y las condiciones en las que el mandatario va a abandonar el poder.

¿Qué importancia real tiene el sectarismo en Siria? Joshua Landis, profesor de la Universidad de Oklahoma y autor del blog Syria Comment mantiene una interesante conversación telefónica con el disidente sirio exiliado en EE UU Ammar Abdulhamid.

Sebastian Junger recuerda a Tim Hetherington. El fotógrafo y documentalista Tim Hetherington murió esta semana en Libia junto con el también excepcional fotógrafo Chris Hondros, cuando los dos se vieron sorprendidos por una lluvia de mortero procedente de las fuerzas de Gadafi. En este artículo, Sebastian Junger, compañero, amigo y colaborador de Hetherington (ambos codirigieron Restrepo, un documental sobre Afganistán), recuerda su vida y le rinde homenaje. También merece la pena leer Qué es lo que debemos a gente como Hondros y Hetherington, de Íñigo Sáenz de Ugarte, en Guerra Eterna.

Empantanados en Libia. Un extenso e imprescindible reportaje de Nicolas Pelham.

Asad: desenmascarando a un falso reformista. Las ingenuas esperanzas de que, a la muerte de Hafez al Asad, su hijo Bashar fuese el encargado de conducir a Siria hacia una mayor democratización y apertura se han estrellado contra la dura realidad. Un artículo de Hisham Melhem.

¿Qué ha pasado con las mujeres egipcias tras la revolución? El destacado papel de las mujeres durante las revueltas que acabaron con el poder de Hosni Mubarak en Egipto parece estar diluyéndose. Escribe Anna Louie Sussman.

Un enigma de Pascua. Debido a siglos de antisemitismo entre los cristianos y de resentimiento hacia la Cristiandad entre los judíos, el destino de los primeros judíos que siguieron a Jesús (hebreos cristianos) ha sido siempre un misterio. El reciente descubrimiento en una cueva de Jordania de una serie de códices y otros restos arqueológicos de la época podría arrojar alguna luz. Hay quien ya compara el hallazgo con los manuscritos del Mar Muerto, pero aún está por ver si son auténticos o no.

Y también:

Lectura para el domingo

» Saleh, el gran manipulador
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» Recordando a Tim Hetherington
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Después de 32 años en el poder, y tras cerca de tres meses de revuelta popular, el presidente de Yemen, Ali Abdalah Saleh, ha aceptado dejar su puesto en un plazo de 30 días, a cambio de obtener la inmunidad, no sólo para él, sino también para sus altos cargos.

Ali Abdalah Saleh. Foto: Kremlin / Wikimedia Commons

El plan fue propuesto el pasado jueves por sus vecinos del Consejo de Cooperación del Golfo (Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Catar, Bahréin, Kuwait y Omán) y, de momento, ha sido aceptado por la oposición, aunque sólo en parte, ya que los partidos contrarios al régimen no están dispuestos a formar el gobierno de unidad nacional que iría incluido en el paquete. En una primera fase, el poder pasaría al actual vicepresidente del país.

De salir adelante la propuesta, Saleh (68 años de edad) sería el tercer mandatario en caer como consecuencia de las actuales revueltas en el mundo árabe. Aunque en circunstancias bastante diferentes, seguiría los pasos de Ben Ali en Túnez y de Hosni Mubarak en Egipto.

Las protestas en Yemen han dejado más de un centenar de muertos, y han sido escenario de múltiples violaciones de los derechos humanos.

El presidente ha estado muy presionado internacionalmente en las últimas semanas, especialmente por parte de Estados Unidos y de Arabia Saudí, que, preocupados por un posible avance de Al Qaeda ante la situación de caos reinante en el país, pedían a Saleh una «transición pacífica» .

El pasado 22 de marzo, Saleh ya había anunciado su disposición a entregar el poder antes de que termine este año, pero la oposición exigía su salida inmediata.

Si finalmente obtuviese la inmunidad que contempla el plan, se cumplirían los temores de las organizaciones de derechos humanos, que ya alertaron hace unos días del peligro de que el abandono del poder por parte de Saleh significase la impunidad para los responsables de los presuntos crímenes perpetrados por el régimen. Las violaciones de los derechos humanos se han venido produciendo en el país, no sólo desde que empezaron las protestas, sino en todo este último año.

En este sentido, Amnistía Internacional ha exigido que se haga justicia y que se investiguen todos y cada uno de los homicidios ocurridos. La organización publicó recientemente un detallado informe, Moment of Truth for Yemen (El momento de la verdad para Yemen), en el que documenta la represión de las protestas llevada a cabo por el régimen yemení.

Sólo le supera Gadafi

Saleh, que desde 1978 había sido presidente de la República Árabe de Yemen (Yemen del Norte), se convirtió en 1990 en el máximo mandatario del Yemen reunificado. Es, después del libio Muammar al Gadafi, el líder de un país árabe que ha permanecido más tiempo en el poder.

Nueve años después, en 1999, fue el primer presidente de Yemen elegido por sufragio universal. Las elecciones, sin embargo, fueron de todo menos limpias. Saleh ganó con el 96% de los votos y, además, el prin­ci­pal par­tido de la opo­si­ción, el Par­tido Socia­lista de Yemen del Sur, no pudo pre­sen­tar un can­di­dato a los comi­cios. El Par­la­mento, domi­nado por el Gobierno, impi­dió pre­sen­tarse a otros 28 candidatos.

En 2001, un refe­rén­dum exten­dió su man­dato pre­si­den­cial a siete años. La siguiente elec­ción pre­si­den­cial tuvo lugar en sep­tiem­bre de 2006, y Saleh fue reelegido presidente, en unos comi­cios que la oposición volvió a tachar de fraudulentos.

Saleh fue uno de los líderes árabes que apoyó la invasión de Kuwait por parte del Irak de Sadam Husein, en 1990. Tras la derrota de Irak en la Guerra del Golfo se produjo la expulsión en masa del emirato de ciudadanos yemeníes.

Al Qaeda y guerra civil

Después del 11-S, sin embargo, el mandatario estrechó su colaboración con EE UU, maltrecha desde hacía un año a causa del atentado islamista contra un destructor estadounidense en Adén, antigua capital del sur, en el que murieron 17 marines.

Cientos de integristas han sido detenidos desde entonces por las fuerzas de seguridad de Yemen, país considerado como uno de los grandes feudos de Al Qaeda, y donde se han seguido registrando atentados.

Por otra parte, a mediados de 2004 estallaron los enfrentamientos entre el ejército yemení y los rebeldes chiíes de la provincia de Saada, en el norte, en un conflicto en el que han fallecido cientos de personas y decenas de miles se han visto obligadas a abandonar sus casas, especialmente desde agosto de 2009, cuando se intensificaron los ataques de los militares. La ofensiva culminó con un alto el fuego firmado por ambos bandos en febrero de 2010, y en diciembre de ese mismo año fueron liberados medio millar de los 1.500 insurgentes presos.

El pasado 1 de enero el Parlamento aprobó cambios provisionales que permitían a Saleh optar a un tercer mandato, algo prohibido por la Constitución, pero la presión de la oposición le obligó a declarar ante el Parlamento el 2 de febrero que paralizaba la reforma legal que le habilitaría como candidato en 2013, al tiempo que negaba sus supuestas aspiraciones a que su hijo Ahmed le sucediera en el cargo.


» Con información de la agencia Efe
» Un interesante cable de la embajada de EE UU en Saná, la capital de Yemen, publicado pro Wikileaks. Relata un encuentro entre Ali Abdalah Saleh y el general estadounidense David Petraeus

Saleh, el tercero en caer, pero con inmunidad

Después de 32 años en el poder, y tras cerca de tres meses de revuelta popular, el presidente de Yemen, Ali Abdalah Saleh, ha aceptado dejar su puesto en un plazo de 30 días, a cambio de obtener la inmunidad,… Leer

Decenas de miles de personas han tomado este viernes las calles de la capital de Yemen, Saná, en una jornada de oración pública y protestas masivas contra el Gobierno.

Protesta masiva en Yemen

Decenas de miles de personas han tomado este viernes las calles de la capital de Yemen, Saná, en una jornada de oración pública y protestas masivas contra el Gobierno.

Al tiempo que aumenta la presión internacional sobre el presidente de Yemen, Alí Abdalah Saleh (EE UU y los países del Golfo le están exigiendo que negocie una «transición pacífica», es decir, que se vaya), decenas de miles de manifestantes volvieron a salir este miércoles a la calle y la Policía volvió a responder a tiro limpio, con el resultado de al menos cinco muertos.

La eficacia de las gestiones internacionales está aún por ver. Por un lado, EE UU era hasta antes de ayer un firme apoyo del régimen, en el que Washington veía –y, aunque le pese, sigue viendo– un necesario muro de contención ante la gran presencia de Al Qaeda en el país árabe. De hecho, el mayor temor del Gobierno estadounidense ante la eventual marcha de Saleh es un resurgimiento del grupo terrorista en la zona. Por otra parte, los llamamientos al diálogo por parte del Consejo de Cooperación del Golfo dependen en buena medida del grado de implicación de la siempre interesada Arabia Saudí, que ha sido durante años el principal grifo económico de Saleh.

Lo que sí está claro ya, sin embargo, es la continua violación de los derechos humanos que, de forma especialmente grave, se viene produciendo en el país más pobre del Gofo Pérsico, no sólo desde que empezaron las protestas (con cerca de cien muertos ya), sino en todo este último año. Y el peligro de que el abandono del poder acabe evitando que se haga justicia con los responsables es muy real. Aministía Internacional, que acaba de presentar un detallado informe sobre la situación, ha recordado que los crímenes no pueden quedar impunes y ha exigido que se investiguen «todos y cada uno de los homicidios».

Philip Luther, director adjunto del Programa Regional para Oriente Medio y el Norte de África de la ONG lo ha dejado bastante claro:

La comunidad internacional ha proporcionado ayuda en materia de seguridad y desarrollo a las autoridades yemeníes cuando éstas lo han solicitado. Es hora de que tome cartas en el asunto y ayude a que se haga justicia con las familias de quienes han perdido la vida durante este turbulento periodo.

El peor episodio hasta ahora se produjo el 18 de marzo, fecha que los manifestantes llaman desde entonces «Viernes Sangriento», cuando un ataque de francotiradores aparentemente coordinados contra un campamento de manifestantes en Saná se saldó, según los informes disponibles, con 52 personas muertas y centenares heridas.

El Gobierno yemení anunció al día siguiente que se abriría una investigación, pero no ha dado a conocer más detalles hasta la fecha. Ningún miembro de las fuerzas de seguridad está siendo investigado por las muertes que han tenido lugar durante las protestas antigubernamentales desde mediados de febrero.

Luther continúa:

No se puede permitir que los máximos responsables se queden tranquilamente al margen cuando el pueblo yemení está pidiendo con tanta contundencia que rindan cuentas. La manera de calmar las tensiones en todo el país es que se conozca la verdad y se haga justicia, no tratar de buscar la forma de eludir ambas cosas.

El informe de Amnistía Internacional entra también en detalles sobre las constantes violaciones de derechos humanos –homicidios ilegítimos, tortura y detención prolongada sin cargos– con que el Gobierno yemení ha respondido a las demandas crecientes de secesión en el sur, los ataques de Al Qaeda y el conflicto intermitente con los rebeldes huthis en el norte.

La ONG apunta que un buen primer paso sería la suspensión inmediata de la autorización, el suministro y la transferencia de armas y municionesa las fuerzas de seguridad de Yemen. Entre los proveedores figuran Alemania, Bulgaria, Rusia, Francia, Italia, el Reino Unido, la República Checa, Turquía, Ucrania… y Estados Unidos.


Más información:
» Veinte cosas que es necesario saber sobre Yemen (The Guardian)
» Al Qaeda aprovecha el vacío de poder (El País)
» La batalla en Yemen: actores y resultados (El País)

Yemen, ante el peligro de la impunidad

Al tiempo que aumenta la presión internacional sobre el presidente de Yemen, Alí Abdalah Saleh (EE UU y los países del Golfo le están exigiendo que negocie una «transición pacífica», es decir, que se vaya), decenas de miles de manifestantes… Leer

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