La temporada estaba ya demasiado avanzada cuando, por fin, se pusieron en marcha el 14 de octubre. Winckler, el orientalista, renegaba de Oriente; sudando de día y tiritando de noche, tomaba de mala gana nota de cosas secundarias y no vacilaba en criticarlo todo. El viaje duró cinco días.
De noche se echaban al lado de las hogueras, bajo las estrellas, o se acogían a un musafir-oda, alojamientos que están a la disposición de los viajeros, incluso en las localidades menos importantes; todos los vecinos deben albergar por turno a los viajeros durante 24 horas. Winckler prefería esta hospitalidad a la de los chan, los viejos caravanserrallos del desierto, porque en éstos encontraba demasiados tacbt-biti (bichos). Para evitar estos vecinos nocturnos, cuando era huésped de los campesinos, muchas veces tenía que compartir el lecho con el ganado. […]
El famoso escritor y divulgador C. W. Ceram (Dioses, tumbas y sabios) describe así en su libro El misterio de los hititas (1955) los primeros días de la expedición que, encabezada por el arqueólogo alemán Hugo Winckler, acabaría identificando en el corazón de Turquía la legendaria capital del imperio de los hititas, una de las civilizaciones más fascinantes y, todavía, misteriosas del Antiguo Oriente.
Era el año 1905, y Winckler, que seguía los vacilantes pasos de otros viajeros y arqueólogos que se habían aventurado en la zona antes que él, estaba a punto de descubrir cerca de Bogazköy más de 10.000 tablillas de lo que parecía ser un «archivo nacional», y entre las cuales se encontraban textos bilingües, lo que permitió descifrar numerosos documentos. Basándose en ellos, Winckler no dudó en afirmar que las ruinas de Bogazköy pertenecían a la capital del imperio hitita, una urbe que conoció su esplendor hace unos 3.500 años y a la que denominó Hattusas.
Desde principios del siglo XIX, Francia, Alemania y Gran Bretaña venían desarrollando una extraordinaria actividad arqueológica. Reyes, universidades y mecenas de todo tipo (muchos de ellos, banqueros) hacían generosas aportaciones para unas excavaciones que abarcaban desde Egipto hasta Persia y la India. En el caso de Anatolia, el interés personal del rey Guillermo II acabó dando a Alemania, en excelentes relaciones con la Turquía otomana, la primacía en las investigaciones, y Winckler se convirtió, a pesar de los problemas derivados de su difícil personalidad y de sus deficientes métodos de excavación, en el especialista por antonomasia.
Desde el descubrimiento de Hattusas hasta hoy en día, arqueólogos alemanes, a través, principalmente, del Instituto Alemán de Arqueología y de la Sociedad Oriental Alemana, han realizado innumerables campañas de excavaciones, sacando a la luz descubrimientos extraordinarios. Entre los más espectaculares, sin duda, fueron dos impresionantes esfinges -representaciones de criaturas con cuerpo de león y cabeza humana- halladas tan sólo unos años después de la primera expedición de Winckler.
Estas dos esculturas fueron enviadas en 1915 a Alemania, en principio, para su restauración. Los expertos germanos las restauraron, efectivamente, pero devolvieron a Estambul tan sólo una, en 1924. La otra se exhibe desde 1934 en el Museo de Pérgamo, en Berlín, junto con una copia de la pareja devuelta.
Turquía, sin embargo, no se ha olvidado de su esfinge. Desde hace tiempo, el gobierno de Ankara, sabedor de que el turismo es una de las principales fuentes de riqueza del país, y empeñado, como Egipto, en reunir el patrimonio arqueológico nacional que se encuentra disperso por diferentes museos del mundo, ha venido reclamando la escultura hitita.
En un intento de aumentar la presión, Ankara, que realiza también un importante esfuerzo arqueológico propio, con más de 100 excavaciones en curso por todo el país, amenazó este año con paralizar los trabajos que Alemania sigue realizando en Hattusas, un proyecto que, financiado por Berlín y con 105 años de historia, es uno de los programas arqueológicos alemanes más importantes y emblemáticos.
Esta semana, por fin, se ha llegado a un acuerdo. El gobierno alemán ha anunciado que la pieza volverá a su país de origen antes del fin de noviembre, como «gesto voluntario hacia la amistad recíproca entre ambos países».
Casi un siglo después de emprender viaje hacia Europa, la esfinge hitita regresará por fin a las tierras anatolias donde fue esculpida por primera vez, hace más de tres milenios. Y los sucesores de Hugo Winckler, de momento, podrán seguir haciendo su trabajo.
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