Hay muchos motivos históricos e intereses económicos detrás de las asiduas visitas del presidente francés Emmanuel Macron a Beirut en los últimos meses. Líbano se está enfrentando a una nueva crisis económica, política y social, que en el pasado dio origen a una peligrosa falta de seguridad que puso al país entero en una débil situación, en la que la verdadera soberanía brilla por su ausencia.
La invasión siria de Líbano en 1976 y de Israel en 1982 son las más poderosas, y el control de Damasco, Teherán, Tel Aviv y Riad en la política interna del país ha sido importante en los últimos treinta años, tras del fin oficial de la guerra civil (1991).
La población civil lleva décadas intentando hacer lo mismo que trata de promover ahora: liberarse del sistema político neofeudal que ha fragmentado el país en enclaves divididos por razones étnicas, religiosas y políticas, y que en las últimas décadas lo ha dejado a merced de los intereses de países extranjeros, vecinos y no vecinos, en el difícil tablero geopolítico de Oriente Medio.
En los últimos años se han producido protestas en el país, como la Revolución de los Cedros, que, tras el asesinato del primer ministro Rafic Hariri (2005), intentó impulsar movimientos civiles desde abajo, si bien estos nunca fueron realmente independientes de los partidos políticos clásicos.
Liberarse del pasado
Los asesinatos de los periodistas Samir Kassir y Gebran Tueni en 2005, ambos miembros de una sociedad civil que quería llamar la atención sobre el problema de la soberanía de Líbano, son sintomáticos de la dificultad de este país para liberarse de su pasado.
Sin embargo, hay diferentes niveles de responsabilidad por la situación libanesa. En parte se debe al elevado nivel de apoyo por parte de la población; asimismo, las fuerzas de seguridad han mantenido siempre una posición de salvaguarda de la corrupción del gobierno; y otro aspecto es la gestión colonial de Francia desde el siglo XIX.
La última visita del presidente francés, en el centenario de la creación del «Gran Líbano», señala una total ausencia de capacidad de crítica histórica, pues resulta bastante claro que, por un lado, la situación libanesa actual es tan delicada por motivos relacionados con el nivel de corrupción interna, la falta de capacidad a la hora de contar con candidatos y políticos independientes de los señores feudales de hoy, así como por su economía, completamente privatizada y en la que el valor de ser ciudadano no tiene sentido porque no existe un sistema público que proteja a quienes pagan impuestos al Estado.
Y por otro lado está la creación de una convivencia enraizada en la visión de superioridad de una etnia o religión sobre las otras, originada en la fase colonial.
Como se sabe, el «Gran Líbano» fue constituido para permitir a los maronitas cristianos ser mayoría relativa en un nuevo Estado más próximo a Francia y al colonialismo europeo.
La situación cambió en el siglo XX, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, abriendo el país a la independencia y a la multiplicación de los conflictos internos de matriz colonial entre el presidente cristiano y el primer ministro musulmán.
Precarios equilibrios internos
Este conflicto político duró hasta el momento en que la presencia militar y civil de la Organización para la Liberación de Palestina (1971-1975) modificó unos equilibrios internos ya precarios.
Desde entonces, la soberanía del país ha estado dominada por los intereses extranjeros y los diferentes actores internos que han luchado por preservar una posición de poder con la ayuda de países como Siria, Irán, Israel, Arabia Saudita, Francia y Estados Unidos.
En los últimos años, después de 2005, las alianzas políticas han acabado basándose en principios religiosos o étnicos, y las dos coaliciones han sumado miembros de todas las facciones indistintamente: la Alianza del 14 de marzo y la Alianza del 8 de marzo, donde maronitas, sunnitas, chiítas, armenios y drusos se opusieron a Amal, Hizbulá (chiítas), en unidad con maronitas, drusos, armenios y sunnitas respectivamente.
Esta «revolución» política y de partidos no ha mejorado claramente la vida de los ciudadanos libaneses; por el contrario, ha trasladado al Estado libanés el conflicto geopolítico en Oriente Medio entre Estados Unidos, Arabia Saudí, Israel e Irán, Siria y Hizbulá.
La asunción de responsabilidades por la explosión de Beirut
Es difícil que se depuren responsabilidades por la impresionante explosión del puerto de Beirut ocurrida el pasado 4 de agosto.
Sin embargo, las manifestaciones de ciudadanos libaneses que comenzaron ya en febrero de 2020 muestran nuevamente que parte de la población de este país necesita y merece una clase política diferente, capaz de intervenir en la economía y de cambiar radicalmente el proceso de privatización neoliberal promovido en Líbano desde los años noventa. Las desigualdades quedan patentes en esta nación.
A pesar de que se trata de un país con solo cuatro millones de habitantes, en la lista de multimillonarios de Forbes 2020, 17 eran de esta nacionalidad, y en 2019 ascendían a 20. Actualmente cuenta con un elevado nivel de alfabetización, buenas universidades y una inteligencia cosmopolita, de modo que las responsabilidades políticas de esta generación tienen un gran calado.
Sería necesario que antes de que explote una nueva fase interna más violenta, los libaneses puedan tratar de cambiar su futuro sin estar bajo el yugo de los intereses extranjeros.
Marco Demichelis es investigador de Estudios Islámicos e Historia de Oriente Medio, en la Universidad de Navarra.
Publicado originalmente en The Conversation bajo licencia Creative Commons el 7/9/2020
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