Cómo ha respondido hasta ahora Europa ante las revueltas en Oriente Medio y el Magreb, y cómo debería responder a partir de ahora. Un artículo publicado en The Economist el pasado día 24:
Cuando el pueblo salió a la calle en Túnez, Francia ofreció su ayuda a las fuerzas del orden del presidente Zine el-Abidine Ben Ali. Cuando tomó las plazas de El Cairo, Italia elogió a Hosni Mubarak como el más sabio de los hombres. Y cuando fue masacrado en Trípoli, la República Checa dijo que la caída de Muammar al Gadafi causaría una catástrofe, Malta defendió la soberanía de Libia e Italia predijo que las protestas desembocarían en un emirato islámico.
Por cada levantamiento árabe ha habido algún Estado europeo que se ha situado en el lado equivocado de la historia. No es de extrañar, por tanto, que la Unión Europea haya tardado tanto en exigir a estos regímenes que escuchen las demandas de democracia, y en condenar las represiones violentas.
Y en lo que respecta a actuar, la UE lo ha hecho incluso peor. No se decidió a congelar las cuentas de los dictadores tunecino y egipcio hasta que ya habían huido o renunciado. Y Gadafi, a pesar de haber usado la fuerza aérea para matar libios, no se enfrentó a sanciones inmediatas por parte de la Unión, que se limitó a interrumpir las negociaciones comerciales y a decir que estaba «preparada para tomar nuevas medidas». Hasta la Liga Árabe, el mayor club de autócratas del mundo, ha suspendido a Libia como país miembro. […]
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