Entre los ‘efectos colaterales’ de la guerra en Libia y, en general, de las revueltas árabes de estos meses, se encuentra el haber quedado relegado a un segundo plano (a ojos de los grandes medios, al menos) el conflicto palestino-israelí, a pesar de la violencia creciente que está castigando estos días los territorios ocupados.
En Cisjordania, el pasado día 12, cinco miembros de una misma familia murieron apuñalados en un asentamiento israelí. El atentado, atribuido a un grupo de palestinos, se produjo, a su vez, tras una nueva oleada de ataques de colonos a fincas palestinas.
Y en Gaza, dos ataques del ejército israelí (lanzados en represalia por el lanzamiento de nuevos cohetes palestinos contra localidades hebreas) dejaron este martes al menos ocho muertos. En el primero de estos ataques, varios proyectiles impactaron en un poblado barrio del este del territorio. Entre los fallecidos, dos niños que jugaban al fútbol en el momento de ser alcanzados por la artillería. Hubo, además, cerca de una veintena de heridos, entre ellos ocho menores. Cuatro de ellos ingresaron en el hospital en estado crítico.
Las disculpas posteriores de Benjamin Netanyahu por los civiles abatidos no parece que vayan a servir de mucho. Sobre todo, teniendo en cuenta que el primer ministro israelí aprovechó, acto seguido, para acusar a Hamás de usar «escudos humanos» mientras «persiste en el lanzamiento de cohetes».
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