En 1894, los hermanos Louis y Auguste Lumière patentaron su revolucionario y maravilloso invento: el cinematógrafo, la primera máquina capaz de rodar y proyectar películas de cine. Un año después realizaron su primera película, aquella célebre salida de los obreros de una fábrica de Lyon, y al año siguiente se embarcaron en una gira por medio mundo para rodar pequeños documentales.
En su primitiva cámara quedaron recogidas imágenes, hoy históricas, de ciudades como Bombay, Londres, Montreal, Nueva York, Buenos Aires… Uno de sus primeros destinos fue Jerusalén, perteneciente aún al Imperio Otomano, y que tenía entonces entre 20.000 y 30.000 habitantes.
Más información: Jerusalem’s early film career, por Vera Illugadóttir
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