Durante cerca de diez siglos, viajeros, peregrinos, comerciantes y militares encontraron reposo, alimento y un lugar donde intercambiar no solo mercancías, sino también experiencias y tradiciones culturales, al calor de los miles de caravasares que salpicaban los caminos de todo Oriente Medio y Asia Central.
Los caravasares, término que deriva del turco kervansaray, y, antes, del persa karavan (كاروان, viajeros) y sara (سرا, hostal, refugio, palacio), desempeñaron un papel fundamental como puntos de enlace en la Ruta de la Seda y en otras rutas comerciales a través de Asia, el norte de África y la Europa suroriental. Denominados también jan (خان, en persa), pueden considerarse como los auténticos nodos de la primera red globalizada de comercio terrestre.
Estas grandes posadas solían estar situadas a unos 30 kilómetros unas de otras (distancia equivalente a una jornada de camino), a lo largo de las diferentes rutas que unían los puertos y núcleos urbanos más importantes. En los lugares por los que no transcurría directamente la Ruta de la Seda, como la mayor parte de la actual Turquía o Armenia, sirvieron para vertebrar el comercio interior. Uno de los mejor conservados en Turquía es el caravasar de Agzikarahan, construido en 1229 por los turcos selyúcidas.
Actualmente, los caravasares que no han desaparecido por completo se encuentran en ruinas, o bien han sido reconstruidos y reconvertidos en hoteles, museos, tiendas o incluso puestos militares. Los mejor preservados son los situados en el interior de ciudades, como el de Assad Pacha en Damasco.
La guerra en Siria, sin embargo, está resultando devastadora para estas construcciones, al igual que para el resto del patrimonio histórico del país (el Instituto para la Formación y la Investigación de Naciones Unidas, UNITAR, informó a finales del año pasado que el conflicto ha provocado la destrucción o dañado seriamente al menos 290 sitios del patrimonio cultural sirio).
En Alepo, por ejemplo, el caravasar Qurt Bey, que data del siglo XV, resultó gravemente dañado por las bombas. La mayor parte de su estructura en la parte oriental quedó completamente arrasada.
En el año 2001, la UNESCO impulsó un ambicioso proyecto para realizar un inventario lo más completo posible de caravasares en cuatro países (Rusia, Siria, Turkmenistán e Irán, a los que luego se sumaron Kazajstán, Uzbekistán, Kirguistán y Tayikistán), con el fin de asegurar su preservación.
El proyecto incluía la elaboración de una exhaustiva base de datos que incluyese nombres, planos arquitectónicos, fotografías y cualquier otra información relevante relativa, especialmente, a los caravasares más antiguos.
En cada uno de los países participantes, comisiones de la UNESCO designaron equipos académicos, formados principalmente por arqueólogos y arquitectos, para comenzar el inventario sobre el terreno en una serie de puntos concretos, elegidos por su importancia histórica o por su estado de conservación.
Los caravasares surgieron de forma paralela a la expansión del islam y al crecimiento de las rutas comerciales entre Oriente y Occidente, y su declive se inició tras la apertura, por parte de los portugueses, de las nuevas rutas marítimas. Su construcción se extendió a lo largo de un amplio periodo que abarca cerca de mil años, entre los siglos IX y XIX. Según la UNESCO, «los caravasares constituyen un fenómeno fundamental en la historia de Asia Central y Oriente Medio, tanto desde un punto de vista económico, como social y cultural».
La UNESCO destaca asimismo la importancia arquitectónica de estas construcciones, diseñadas sobre la base de reglas geométricas y elementos definidos por las diferentes tradiciones. Existe una cierta unidad estilística, pero cada caravasar posee características específicas.
Generalmente se trataba de edificios rectangulares con un portal único, lo suficientemente ancho como para permitir el paso de animales grandes y cargados, como camellos o caballos. Alrededor del patio interior, casi siempre abierto, se encontraban los establos, almacenes y habitaciones para los mercaderes, sus sirvientes y la mercancía. Los caravasares proveían de agua, tanto para el consumo de viajeros y animales, como para las abluciones rituales.
Algunos de los caravasares que siguen en pie en Líbano, Siria y Jordania fueron recogidos por el fotógrafo belga Tom Schutyser en el libro Caravanserai: Traces, Places, Dialogue in the Middle East (Caravasares: huellas, lugares, diálogo en Oriente Medio, 5 Continents Editions, 2012), obra a la que pertenecen las imágenes en blanco y negro que acompañan esta entrada.
Schutyser ha recorrido en varias ocasiones la Ruta de la Seda, a lo largo de 15 años. Su primer proyecto centrado en los caravasares lo llevó a cabo en 2003, en el norte de Irán. El segundo, en el que realizó las fotografías que conforman este libro, data de 2009, es decir, antes del comienzo de la guerra en Siria. El libro, publicado como edición bilingüe, en inglés y francés, cuenta con una introducción de Andrew Lawler e incluye textos de Reza Aslan, Rachid al-Daif, Robert Fisk, Dominique Moïsi y Paul Salem.
Los editores invitan al lector a reflexionar sobre la posibilidad de abrir nuevas vías de diálogo capaces de sanear las deterioradas relaciones entre el mundo occidental y el mundo musulmán, «del mismo modo que, en su día, estas posadas hicieron posible que los viajeros compartiesen no solo sus bienes, sino también sus ideas y sus descubrimientos».
Más información:
» Spine of the Silk Roads (AramcoWorld)
» Consider at Caravanserai (página web de Tom Schutyser)
» Following the ancient Silk Road with photographer Tom Schutyser (The Daily Star)
» The Silk Road and Cultural Diplomacy (Linda J. Buckle)
» The UNESCO website on Caravanserais
» Inventory of Caravanserais in Central Asia (UNESCO, pdf)
» War has damaged all but one of Syria’s World Heritage Sites, satellite images show (The Washington Post)
» Report on Damage to Cultural Heritage Sites in Syria calls for Scaled up Protection Efforts (UNITAR)
» Fotos de caravasares en Wikimedia Commons
Archivado en: Cultura y Sociedad
Más sobre: caravasar, fotografía, Oriente Medio, patrimonio, Ruta de la Seda, Siria, Tom Schutyser, UNESCO