¿Revolución? ¿Qué revolución? Sin novedad en los Emiratos Árabes Unidos, todo tranquilo. Aquí se vive bien (muy bien, de hecho, si por vivir bien entendemos una renta per cápita de alrededor de 50.000 dólares al año, una de las más altas del mundo). Y el Estado, además, es generoso. Invierte y reparte. A fin de cuentas, puede permitírselo: los Emiratos son el tercer mayor exportador mundial de petróleo, y donde no tienen tanto, como en Dubai, se construye a lo grande.
El mes pasado, por ejemplo, los medios estatales anunciaron a bombo y platillo la inversión de 1.600 millones de dólares para mejorar las infraestructuras de los territorios menos desarrollados del norte, cuyos ciudadanos no se han visto tan favorecidos por la riqueza petrolera de la capital, Abu Dabi, o por el boom inmobiliario (pese a que también aquí haya estallado la burbuja) de Dubai. También se aumentó en nada menos que un 70% las pensiones de los militares. Así que nada de revoluciones.
Y, sin embargo…
Los Emiratos Árabes Unidos (EAU) son una federación de siete estados, regidos cada uno por su emir (el gobierno central lo forma el consejo supremo, formado por los siete emires). No hay elecciones. No hay partidos políticos. No hay representación pública ni sindicatos. La política, pese a los tímidos intentos de avanzar hacia una mayor democratización emprendidos hace unos años, sigue siendo cosa de las familias gobernantes. Los trabajadores extranjeros (el 80% de la población, y el 90% de la mano de obra) viven en condiciones de gran discriminación. La libertad de prensa sólo existe en la letra de la Constitución. Y la legislación contempla la pena de muerte para, entre otros muchos casos, «delitos» de homosexualidad y apostasía.
La semana pasada, Ahmed Mansur, un conocido bloguero y activista por los derechos humanos que había pedido reformas democráticas en los EAU, fue detenido por la policía. Según Human Rights Watch, diez miembros de las fuerzas de seguridad se llevaron a Mansur después de registrar su domicilio en Dubai durante tres horas. Además, le confiscaron varios ordenadores, libros y otros documentos personales. Posteriormente fue acusado de posesión de alcohol. (El alcohol está disponible en hoteles y bares de Dubai, pero las autoridades tienen la facultad de detener a los musulmanes por consumo o posesión, basándose en la interpretación radical de la ley islámica, o sharia).
Mansur ha recibido amenazas de muerte por Internet, que su abogado atribuye a haber firmado una petición exigiendo mayor representación política y poderes legislativos para el Consejo Federal Nacional, un órgano de estilo supuestamente parlamentario. Otros dos hombres, un bloguero y un comentarista político, fueron detenidos también a principios la semana pasada.
Estas detenciones, así como los intentos por acallar potenciales protestas a fuerza de inversiones y de dinero público (la táctica preferida de Arabia Saudí), dejan bien clara la postura de los Emiratos ante las revueltas árabes: Mejor que las cosas sigan como están. No en vano, los emires, que hasta el último momento se resistieron a retirar su apoyo al ex presidente egipcio, Hosni Mubarak, no dudaron en sumar sus soldados a las tropas saudíes que entraron en Bahréin el pasado mes de marzo para «restablecer el orden» (léase: «para aplastar las protestas de la mayoría chií que están poniendo en peligro a la minoría suní gobernante»).
La presencia de las tropas saudíes y de los EAU en Bahréin, por cierto, va para largo. El ministro de Exteriores bahreiní, el jeque Jaled bin Ahmed al Jalifa (todos son de la familia allí), ha asegurado este lunes que los soldados del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) no se marcharán hasta que acaben «las amenazas extranjeras». «No hay fuerzas saudíes –dijo–, sólo las del CCG»… El CCG, recordemos, es la rica alianza petrolera que forman Kuwait, Bahréin, Omar, Catar, Emiratos Árabes Unidos y, por supuesto, Arabia Saudí.
Con lo de «amenazas extranjeras» el jeque se refería, obviamente, a Irán, la gran potencia chií de la región, que apenas deja pasar un día sin criticar la intervención militar en Bahréin, en el marco de la creciente tensión entre Teherán (que, a todo esto, sólo denuncia las represiones cuando le interesa) y los Estados petroleros suníes del Golfo, aliados de EE UU.
Para entender bien la situación actual en los Emiratos Árabes Unidos merece la pena leer el último artículo de Christopher M. Davidson en la revista Foreign Policy. El título, La construcción de un estado policial, lo dice todo. Estos son algunos extractos, traducidos al castellano:
[…] Los EAU, que hasta hace poco eran un grupo de monarquías tradicionales federadas con una gran base tribal, lideradas por el apreciado jeque Zayed bin Sultan al-Nahyan hasta su muerte en 2004, han ido transformándose desde entonces en un sofisticado estado policial gobernado por dos de los hijos de Zayed desde su poderosa base de Abu Dabi, el emirato más rico gracias a su riqueza petrolera. A diferencia de su padre, que tenía que consultar con otros líderes tribales y con los grandes comerciantes de todo el país, los nuevos gobernantes ejercen su poder, sin rendir cuentas ningunas, tanto sobre la población (cada vez más urbanizada y más dependiente de Abu Dabi) como sobre unos movimientos políticos y medios de comunicación que están ahora fuertemente controlados y censurados.
A primavera vista, no parece tener sentido pensar que los EAU resultarán atrapados también por la «primavera árabe» […]. Históricamente, el Gobierno ha sido capaz de distribuir la riqueza, los subsidios y las oportunidades económicas entre sus ciudadanos, a cambio de la aquiescencia política. Más aún teniendo en cuenta que el 90% de la población está formada por inmigrantes y expatriados que no pueden aspirar a la ciudadanía. La mayoría de ellos han llegado a los EAU buscando empleos con impuestos bajos o mejores condiciones de vida que las que tenían en sus países de origen. No parece que vaya a haber muchas demandas políticas por su parte.
La realidad, sin embargo, es algo diferente, al menos en lo que respecta a los ciudadanos de los EAU. La práctica totalidad de las oportunidades económicas se encuentran tan sólo en Abu Dabi y Dubai, mientras que los abandonados cinco emiratos más pobres del norte están languideciendo. A pesar de los ocasionales desembolsos «de emergencia» realizados desde Abu Dabi (incluyendo uno el mes pasado), la brecha entre la parte rica y la parte pobre no ha dejado de crecer, año tras año. El paro sigue subiendo, los apagones eléctricos son constantes… Y la discriminación también es notable. Los habitantes del norte, que constituyen cerca de la mitad de la población indígena, se están haciendo oír cada vez más gracias a los blogs, a Twitter y a Facebook, y a otros medios de comunicación en Internet más difíciles de censurar,
Pero no existe una oposición homogénea. Algunos son pobres, otros son beduinos apátridas (a quienes se deniega la ciudadanía pese a su presencia en el país desde hace generaciones), y muchos proceden de los emiratos ricos y están bien educados, pero demandan un gobierno más transparente, una sociedad civil sin represión y un auténtico sistema judicial.
Y, sin embargo, todos estos grupos tienen ahora un grito común en sus manifestaciones: Reforma política. La absoluta falta de instituciones democráticas en los EAU se ha hecho mucho más difícil de soportar a medida que las revoluciones y las protestas han ido extendiéndose por toda la región, alcanzando incluso el Golfo Pérsico. […]
El artículo completo (en inglés), aquí.
PD. El pasado mes de marzo, coincidiendo con la vista de Zapatero a Dubai, los Emiratos Árabes Unidos anunciaron su intención de invertir 150 millones de euros para recapitalizar una caja de ahorros española.
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