¿Llevaba Sir Winston Churchill unas cuantas copas de más cuando, armado de una simple pluma y, según dicen, a mano alzada, trazó el borrador de la actual frontera entre Jordania y Arabia Saudí? Las malas lenguas aseguran que sí, y si uno echa un simple vistazo al mapa, todo parece indicar que, efectivamente, el legendario estadista británico iba algo cargadillo aquel domingo por la tarde del mes de marzo de 1921 en que, según se vanagloriaba él mismo años después, creó el reino de Transjordania durante una reunión en El Cairo. Por lo visto, antes de plantarse delante del mapa, el entonces Secretario para las Colonias había estado disfrutando de una copiosa -y sin duda bien regada- comida con un grupo de oficiales.
La historia es lo suficientemente jugosa (y, dado el carácter y los hábitos de Churchill, verosímil) como para haberse convertido en una de las anécdotas más citadas cuando se habla del personaje, o incluso de la forma arbitraria y contra natura en que las potencias coloniales se repartían el mundo y trazaban fronteras a base de escuadra y cartabón. De hecho, a la aparentemente absurda línea que separa la actual Jordania de Arabia Saudí se la conoce, entre los interesados en el tema, como «el hipo de Churchill». Y si encima añadimos la ironía de que Arabia Saudí, donde el consumo de alcohol está absolutamente prohibido, deba su frontera norte al efecto de unos cuantos lingotazos de whisky, el episodio cobra, desde luego, un especial interés.
La realidad, sin embargo, se empeña en echar por tierra las mejores anécdotas, y la historia del hipo de Churchill no es una excepción. Estuviese o no algo bebido aquella tarde, no fue el alcohol lo que determinó ese extraño trazado en zigzag (no olvidemos que estamos hablando de kilómetros y kilómetros de desierto), sino una serie de factores, geopolíticos e históricos, algo más complejos. El hipo de Churchill es lo que hoy llamaríamos, de no ser por lo deshabitado del contexto, una leyenda urbana.
Embed from Getty ImagesWinston Churchill, durante la conferencia de El Cairo, en 1921. Foto: General Photographic Agency / Hulton Archive / Getty Images
Los entresijos que llevaron a la creación del totalmente artificial reino de Jordania tienen su origen en la Primera Guerra Mundial, en la revuelta árabe contra el Imperio Otomano y en cómo se dividieron británicos y franceses toda la región tras la victoria, aplicando el famoso tratado de Sykes-Picot, y a pesar de la promesa hecha a los árabes de que contarían con un gran estado independiente una vez terminado el conflicto.
En aquel célebre acuerdo, firmado en 1916 a espaldas de los árabes, toda la zona quedaba partida en dos grandes áreas: una al norte, en lo que actualmente es, aproximadamente, Siria y Líbano, de influencia francesa, y otra al sur (actuales Irak y Jordania), de influencia británica, con Palestina como protectorado del Reino Unido.
En julio de 1919, tras expulsar a los turcos de Damasco, el recién nacido Congreso Nacional Árabe dijo que lo prometido es deuda y proclamó su soberanía sobre «Siria», un amplio territorio en el que incluían, también, los actuales Líbano, Jordania, Israel y los Territorios Palestinos. A la cabeza del nuevo estado embrionario se colocó el emir Faisal, de la dinastía hachemí, procedente de Arabia Saudí, y que había liderado la rebelión con el apoyo de los británicos.
El reinado de Faisal, sin embargo, duró poco. Los franceses no estaban dispuestos a perder su parte del pastel, y el monarca fue expulsado sin contemplaciones de Siria en 1920. En compensación, los británicos ofrecieron a Faisal el trono de Irak, pero ahora les quedaba otro rey sin reino, el segundo hijo del emir, Abd Allah. De modo que terminaron creando para él un país surgido de la nada, sin apenas recursos hídricos y cuyo territorio era y es, en su mayoría, puro desierto: el Reino Hachemí de Jordania.
Para dar forma a los detalles del rompecabezas, Churchill convocó una conferencia de expertos, políticos y militares, que finalmente se celebró en El Cairo en marzo de 1921, y en la que participaron, entre otros, personajes tan conocidos como T. E. Lawrence (Lawrence de Arabia) o la famosa escritora, viajera, arqueóloga y administradora colonial de Irak (a cuya creación como estado contribuyó de forma esencial), Gertrude Bell.
Embed from Getty ImagesAsistentes a la Conferencia de El Cairo, de 1921. Sentado en el centro de la primera fila, Winston Churchill; el cuarto por la derecha, en la segunda fila, T. E. Lawrence; la segunda por la izquierda, también en la segunda fila, Gertrude Bell. Foto:General Photographic Agency / Getty Images
El problema para los británicos era mantener a raya a la dinastía de Saud, rival de los hachemíes, dominante en Arabia Saudí, y dejada de lado por Londres cuando Lawrence se inclinó por Faisal para el liderazgo de la revuelta árabe. Como cuenta con todo detalle Frank Jacobs en su blog Borderlines, en la edición digital de The New York Times, era necesario establecer un límite en una zona en la que el ir y venir de los beduinos quitaba todo el sentido al concepto mismo de frontera, y donde los turcos se habían contentado con dibujar vagas líneas discontinuas para marcar los bordes de la Arabia no otomana.
Al final, los británicos acabaron cediendo al emir Ibn Saud una parte de la región de Wadi Sirhan, como parte de un complejo acuerdo, y en compensación por la anexión de la ciudad de Aqaba por parte de Londres. El resultado fue, tras el tira y afloja, ese errático trazado en el mapa.
Jacobs, cuyo artículo ha servido de inspiración a esta entrada, y que es autor también de un fascinante blog sobre mapas extraños y curiosidades cartográficas (Strange Maps), lo explica así:
En noviembre de 1923, el acuerdo de Hadda estipuló una frontera no muy diferente de la actual: Wadi Sirham pasó a ser parte del Nejd [Arabia Saudí], y Aqaba quedó integrada en Transjordania [actual Jordania]. Ibn Saud tuvo que renunciar a su exigencia de disponer de un corredor hasta Siria, pero ganó un derecho de libre tránsito. Gran Bretaña perdió el Hijaz [noroeste de Arabia Saudí], pero retuvo una salida al mar para Transjordania [Aqaba] y bloqueó la expansión wahhabi [Saud] hacia Palestina y Egipto.
La influencia de Churchill en el rediseño del mapa de Oriente Medio fue fundamental, pero, para desgracia de su extenso anecdotario, la frontera jordana no fue el resultado de un ataque de hipo etílico.
En cualquier caso, y como dicen los romanos, se non è vero, è ben trovato.
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