El Consejo de Seguridad de la ONU tuvo oportunidad de escuchar este jueves detalles y cifras sobre la cada vez más alarmante situación de los 3,8 millones de personas que Naciones Unidas identifica ya como refugiados por la guerra en Siria: «El continuo crecimiento en el número de desplazados es asombroso. Pero, al mismo tiempo, la naturaleza misma de la crisis está cambiando. A medida que aumenta el nivel de desesperación y se va reduciendo el espacio de protección disponible, nos acercamos a un peligroso punto de inflexión», dijo ante este organismo el alto comisionado de la ONU para los Refugiados, António Guterres.
Por su parte, la subsecretaria general adjunta de la ONU para Asuntos Humanitarios, Kyung-wha Kang, lamentó la falta de fondos internacionales para atender esta crisis, y recordó que, al cierre del año pasado, el plan para dar repuesta al drama humano creado por el conflicto sirio solo había recibido un 48% de la financiación requerida. «Pedimos a los miembros de este consejo que muestren liderazgo para terminar la guerra bárbara y brutal en Siria», dijo. «Nos estamos quedando sin palabras para describir las terribles consecuencias humanitarias».
Éste es, traducido al castellano, el texto completo leído por Guterres ante el Consejo de Seguridad:
Señor presidente, excelencias, damas y caballeros:
Al informar a este Consejo en 2013 afirmé que la guerra en Siria no solo había desatado la peor crisis humanitaria de nuestro tiempo, sino que suponía, además, una terrible amenaza para la estabilidad regional y para la paz y la seguridad globales.
Esta es la realidad a la que nos enfrentamos hoy.
Irak ha sufrido el mayor y más aterrador desbordamiento de su historia reciente causado por un conflicto en un país vecino. Líbano se encuentra en un estado casi permanente de alerta por razones de seguridad, y en los últimos meses ha habido amenazas cada vez mayores incluso en Jordania. Según diversas informaciones, al menos 20.000 combatientes extranjeros de unos 50 países han viajado a Siria e Irak desde 2011, una cifra que casi se duplicó a lo largo del año pasado.
Y, mientras, la crisis de los refugiados sirios ha desbordado por completo la actual capacidad de respuesta, con un total de 3,8 millones de refugiados registrados en los países vecinos.
En Líbano y Jordania, el crecimiento de la población experimentado en el espacio de estos pocos años ha alcanzado niveles para los que estos países no preveían estar preparados hasta dentro de varias décadas. Un tercio de la población actual del Líbano es palestina o siria. Jordania se enfrenta a un desafío similar. Y Turquía se ha convertido ya en el país que más refugiados acoge del mundo.
Hay que sumar, además, otros dos millones de desplazados internos en Irak en 2014, y las cerca de 220.000 personas que han buscado refugio en otros países.
El continuo crecimiento en el número de desplazados es asombroso. Pero, al mismo tiempo, la naturaleza misma de la crisis está cambiando. A medida que aumenta el nivel de desesperación y se va reduciendo el espacio de protección disponible, nos acercamos a un peligroso punto de inflexión.
Tras pasar años en el exilio, los recursos de los refugiados hace tiempo que se han agotado, y sus condiciones de vida se están deteriorando drásticamente. He conocido familias de clase media con hijos que sobreviven a duras penas en las calles mientras rezan para poder superar el invierno. Más de la mitad de los refugiados sirios en Líbano habitan en viviendas inseguras, casi un tercio ya el año pasado. Y una encuesta realizada a 40.000 familias sirias en Jordania reveló que dos tercios de éstas están viviendo por debajo de la línea absoluta de pobreza. Un padre de cuatro hijos comparaba su vida como refugiado a estar atrapado en arenas movedizas. Cada vez que te mueves, te hundes un poco más. Los llamamientos humanitarios se encuentran sistemáticamente faltos de fondos. Simplemente, no hay suficiente asistencia para los refugiados sirios.
Al mismo tiempo, las comunidades de acogida se encuentran completamente sobrecargadas. El flujo de refugiados ha supuesto un enorme impacto para las economías y las sociedades, sobre todo en Líbano, Jordania y el norte de Irak, desbordando los servicios sociales, las infraestructuras y los recursos gubernamentales. La ayuda internacional está muy lejos de poder seguir el ritmo que marca la magnitud de estas necesidades.
Y a medida que los países de acogida se enfrentan a crecientes riesgos de seguridad, como consecuencia de la expansión regional del conflicto, y no reciben la ayuda necesaria para responder al flujo de refugiados, los sirios lo tienen cada vez más difícil para alcanzar su propia seguridad. El número mensual de registros en ACNUR en Líbano ha caído en cerca de un 80% con respecto a principios de 2014, y el número de los que entran en Jordania se ha reducido también sustancialmente.
Es importante subrayar asimismo que un número relevante de refugiados sigue cruzando la frontera hacia Turquía. El Gobierno turco ha gastado ya alrededor de 6.000 millones de dólares en asistencia directa a los refugiados sirios. En una histórica decisión, adoptada el año pasado, Turquía aprobó un decreto temporal de protección que permite a los sirios acceder al mercado de trabajo, así como obtener educación y sanidad gratuitas.
Pero en el contexto global que estoy describiendo, no puede sorprendernos que la creciente desesperación este forzando a más y más refugiados sirios a desplazarse cada vez más lejos. Lo ilustra la dramática situación en el Mediterráneo, donde los sirios constituyeron un tercio de las 220.000 personas que llegaron a Europa en bote el año pasado.
Excelencias,
La situación de los refugiados, cada vez más prolongada y más desesperada, amenaza con convertir a dos millones de sirios menores de 18 años en una generación perdida. Y muchos de los más de 100.000 niños refugiados nacidos en el exilio podrían enfrentarse al peligro de no ser reconocidos por ningún estado. Si no actuamos de manera apropiada, la crisis que se está gestando puede tener enormes consecuencias en el futuro, no solo en Siria, sino en toda la región.
A medida que se reducen los recursos, abandonar a los refugiados a la desesperación les expone a un sufrimiento aún mayor, a la explotación y a peligrosos abusos. Y dejar que los países de acogida se hagan cargo de la situación sin ayuda puede dar lugar a una grave desestabilización regional, y a más preocupaciones de seguridad en otras partes del mundo.
Debería ser obvio que para poder prevenir esto y preservar los espacios de protección en la región, tanto los refugiados como los países de acogida necesitan una ayuda internacional masiva. El Plan Regional de Resistencia para los Refugiados (o 3RP) aspira a coordinar los esfuerzos humanitarios y a largo plazo de los gobiernos de acogida con más de 200 socios de Naciones Unidas y de organizaciones no gubernamentales. Sus programas están diseñados para que sean financiados no solo por presupuestos humanitarios, sino también, cada vez más, por partidas dedicadas a la cooperación para el desarrollo.
Tengo la esperanza de que la próxima Conferencia Kuwait III desempeñará un papel determinante en la estabilización de los países que acogen a refugiados. Más allá de las prioridades humanitarias inmediatas, es esencial que los actores implicados en el desarrollo financien los pilares del plan 3RP y aporten fondos a los planes de los gobiernos de acogida. Países como Líbano y Jordania necesitan mucha más asistencia financiera, no solo para las comunidades locales de acogida a refugiados, sino también a través presupuestos gubernamentales de ayuda para necesarias inversiones estructurales en sistemas de salud, educación, agua, electricidad y otras infraestructuras públicas que están fallando debido a esta gran presión.
Como se discutió ampliamente durante la Conferencia de Berlín, la situación en Siria ilustra hasta qué punto son peligrosamente inadecuadas las actuales políticas de cooperación, en un tiempo de múltiples conflictos. Para hacer frente a esto, donantes bilaterales y multilaterales, así como instituciones financieras internacionales, deberían revisar sus criterios y prioridades. Es absurdo, por ejemplo, que ni Líbano ni Jordania tengan acceso a las subvenciones del Banco Mundial porque son considerados países de ingresos medios.
Excelencias,
Como Alto Comisionado para los Refugiados, me rompe el corazón ver cómo familias sirias que han huido de una guerra horrible se ven forzadas a arriesgar de nuevo sus vidas en precarias embarcaciones, buscando protección en Europa. Desde principios de 2015, unas 370 personas han muerto tratando de cruzar el Mediterráneo. Es decir, un muerto ahogado por cada veinte que consiguen llegar. Pero la operación italiana Mare Nostrum se dio por finalizada, y la iniciativa Tritón de la UE es limitada, tanto en poderes como en recursos. Europa debe incrementar su capacidad para salvar vidas con una robusta operación de búsqueda y rescate en el Mediterráneo central. De no ser así, miles, incluidos muchos, muchos sirios, perecerán.
Pero lo primero que hay que hacer para reducir el número de personas que se embarcan es habilitar nuevas vías legales para los sirios que buscan protección en terceros países. Varios países cuentan con programas de asentamiento y admisión humanitaria, pero las necesidades exceden con mucho el espacio disponible. Creemos que una décima parte de los refugiados sirios necesitan ser realojados para que su falta de protección encuentre una respuesta adecuada. Políticas flexibles de visados, extensión de reunificaciones familiares, becas escolares y sistemas privados de patrocinio deben complementar estas medidas. Siguiendo el ejemplo de países como Alemania o Suecia, otros estados de Europa y de la región del Golfo deberían considerar la opción de ofrecer un acceso legal con más oportunidades, aliviando así parte de la presión que sufren los vecinos de Siria, y ofreciendo a los refugiados un modo alternativo de alcanzar la seguridad.
Sin estas alternativas, el número de personas que se aventura en el mar seguirá creciendo. Y no solo se enfrentan a serias violaciones de los derechos humanos por parte de los traficantes y contrabandistas. Ahora estamos viendo también grupos armados que amenazan con entrar en el negocio del tráfico de personas con el objetivo de sembrar terror.
Esto debería recordarnos que proteger a los refugiados significa asimismo enfrentarse al racismo y a la xenofobia. En el actual clima de pánico creciente, me preocupa profundamente que se mezcle la situación de los refugiados con problemas de seguridad, y que éstos tengan que sufrir hostilidad en lugares donde pensaron que estarían seguros. En numerosos debates públicos, los refugiados son los chivos expiatorios de todos los problemas, desde el terrorismo hasta las dificultades económicas, y acaban siendo percibidos como amenazas para el modo de vida de las comunidades que les acogen. Lo que es necesario recordar es que los refugiados no son la amenaza; son ellos los amenazados.
Los sirios constituyen actualmente la mayor población de refugiados bajo el mandato del ACNUR. A medida que su número sigue creciendo, y que su situación se hace cada vez más vulnerable, las graves repercusiones que ello tiene para toda la región no son más que un recordatorio de lo obvio: la urgente necesidad de que la comunidad internacional reúna a todos los actores clave para acabar con el conflicto. En esta guerra no hay vencedores; todos salen perdiendo. Pero el mayor precio lo están pagando los refugiados y el resto de víctimas inocentes que permanecen en el país.
Muchas gracias.
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