Justo antes del ataque de Hamás, Benjamin Netanyahu y Mohammed bin Salman habían hablado de avances en un «acuerdo de paz histórico» entre Israel y Arabia Saudí. ¿Está muerto ahora ese hipotético acuerdo?
No necesariamente. Los Acuerdos de Abraham, firmados en septiembre de 2020 bajo la dirección de Estados Unidos, cambiaron la dinámica de lo que era posible en Oriente Próximo. Aunque Egipto y Jordania ya habían establecido relaciones diplomáticas con Israel (en 1979 y 1994, respectivamente), los acuerdos indicaban que se estaba produciendo una «normalización» más amplia de las relaciones entre Israel y los Estados árabes y, en virtud de ello, que Arabia Saudí, que nunca ha reconocido a Israel como Estado, también normalizaría sus relaciones en algún momento.
Amigos saudíes con los que había hablado preveían una reactivación de la Iniciativa de Paz Árabe de 2002, impulsada por Arabia Saudí. Conseguir que Israel se lo creyera habría sido la victoria que Mohammed bin Salman (MBS), príncipe heredero y primer ministro saudí, necesitaba para que se produjera la normalización. Sobra decir que tras el impactante ataque de Hamás contra civiles israelíes, no habrá ningún tipo de iniciativa de paz por ahora.
Arabia Saudí no ha condenado públicamente los atentados, pero ha hecho llamamientos a la distensión y se ha sumado al creciente coro de voces internacionales que expresan su preocupación por lo que pueda ocurrir. En cambio, Emiratos Árabes Unidos (EAU) ha criticado a Hamás por el asesinato de civiles israelíes. Israel, en cualquier caso, sabe que se trata de un juego diplomático. A largo plazo, el cambiante panorama político y económico de Oriente Medio sigue apuntando a un deseo de establecer relaciones con Israel, y de realinear la política regional de tal forma que Israel, Arabia Saudí y otros Estados del Golfo estén, en líneas generales, en el mismo lado de la historia.
¿Ha sido el ataque contra Israel un intento de interrumpir este proceso?
El principal motor del ataque a Israel por parte de Hamás, la autoridad gobernante elegida en Gaza desde 2007, es el bloqueo terrestre, marítimo y aéreo de este territorio palestino, que dura ya 16 años. En Gaza viven más de dos millones de personas en una superficie equivalente a un cuarto del tamaño de Londres, con acceso limitado a electricidad y agua.
Pero el momento del ataque tiene sin duda un significado más amplio. Se produjo durante el 50 aniversario de la guerra de 1973, cuando los ejércitos egipcio y sirio invadieron Israel, lo que me parece simbólicamente importante. Y el telón de fondo del movimiento de Arabia Saudí para normalizar las relaciones con Israel también es significativo, porque Hamás ‒y potencialmente otros en la región‒ verán como una ventaja si el conflicto sirve para interrumpir esa dinámica.
Cuando MBS dijo que «resolver la cuestión palestina» era clave para el proceso de normalización, ¿a qué se refería?
Hay una respuesta cínica a esto, y es que el líder saudí buscaba utilizar la retórica para cultivar cierto apoyo y tranquilizar a aquellas personas (en Arabia Saudí y en otros lugares) que están preocupadas por el proceso de normalización. Para ser claros, ese es el mayor premio para MBS, no la articulación o realización de un Estado palestino.
En el contexto de Israel-Palestina y de la «solución de los dos Estados», la paz es un espejismo, una ilusión sostenida por personas que buscan consolidar sus posiciones de influencia en Israel, Palestina y más allá. Si nos fijamos en los hechos sobre el terreno, no hay una solución de dos Estados en proceso; Palestina ni siquiera está reconocida como Estado por un gran número de países. Se ha descrito como un balón de fútbol al que dan patadas las élites políticas que tratan de utilizarlo en su propio beneficio, siendo el pueblo palestino el que sufre desde hace décadas.
Si nos fijamos en los Acuerdos de Abraham, el giro positivo para los palestinos era que podría haber margen para que los Estados que se comprometieran con Israel le presionaran, para intentar forzar algún tipo de resolución. Pero llevamos más de tres años con estos acuerdos y no ha ocurrido nada.
¿Cuál ha sido el plan de Arabia Saudí?
MBS quiere situar a Arabia Saudí como fuerza motriz de los asuntos regionales y asegurarse de que tiene el poder económico para llevar a cabo su «Visión 2030», la transformación del reino para que deje de depender del petróleo. Pero para ello, tiene que abordar los problemas de seguridad regional. Ha empezado a hacerlo con Irán y lleva años haciéndolo tácitamente con Israel.
Hay un diálogo a puerta cerrada, mucha colaboración por debajo de la mesa, pero recientemente se ha hecho más abierto. Y no es muy popular entre algunos saudíes y otras opiniones públicas árabes, que siguen considerando importante la causa palestina. Así pues, existe una disyuntiva entre los dirigentes de élite de la región, que consideran a Israel «un miembro más» de este club de Estados, y su pueblo, que ve la ocupación de los territorios palestinos como un elemento clave de la cartera árabe.
¿Qué quiere Israel del proceso de normalización?
Reconocimiento. Arabia Saudí es el último gran actor árabe que no reconoce a Israel, aparte de Catar, que no reconocerá a Israel debido a su política y a su largo historial de apoyo a miembros de Hamás y de organizaciones políticas islamistas que se oponen a Israel. Y Arabia Saudí tiene un enorme valor simbólico: es el líder del mundo musulmán sunní y el lugar donde se encuentran las dos mezquitas sagradas de La Meca y Medina.
La normalización de las relaciones entre Arabia Saudí e Israel pondría fin formalmente a las guerras árabe-israelíes que dominaron el siglo XX en Oriente Próximo. Se pondría así de manifiesto que la nueva línea divisoria (una línea geopolítica que, en realidad, se ha ido perfilando a lo largo de los últimos 20 años) es la que separa a los Estados árabes, más Israel, de Irán, aunque se han hecho esfuerzos por intentar reintegrar también a Irán en la región, que culminaron en un acuerdo de normalización con Arabia Saudí a principios de este año, liderado por China.
¿Qué opina Irán de los acontecimientos actuales?
El ataque llevado a cabo contra Israel fue una operación militar enormemente sofisticada y con múltiples frentes, más allá de cualquier cosa que hayamos visto antes por parte de Hamás. Eso sugiere algún tipo de participación estratégica de «otros», pero no se han presentado pruebas de que Irán estuviera implicado.
A menudo se considera a Irán como un actor irracional que trata de desestabilizar las cosas, pero eso equivale a malinterpretar la naturaleza de la República Islámica y sus objetivos de política exterior. En primer lugar, sus dirigentes son pragmáticos: quieren que la república sobreviva. Desde su creación en 1979, se ha enfrentado a un gran número de amenazas a su supervivencia, y ahora mismo tiene una muy seria internamente. Así que, aunque se pueda argumentar que un acto del tipo «concentración en torno a la bandera» podría desviar la atención de este malestar interno, creo que es tanto lo que está en juego que no querría arriesgarse a entrar abiertamente en conflicto con Israel en estos momentos.
Irán simplemente no tiene los recursos financieros. Necesita la normalización de las relaciones con Estados como Arabia Saudí y, por extensión, Estados Unidos, para disponer de una inyección de efectivo que le permita reactivar su industria del petróleo y el gas, que se encuentra en un estado de deterioro. Necesita un enorme estímulo económico para volver a ponerse en pie.
Sin embargo, existe una dimensión ideológica en la República Islámica que no debemos ignorar. Se ha posicionado en contra del Estado de Israel durante décadas, y esto está ligado a su propia esencia. En este sentido, Irán está a la vanguardia de lo que denomina el «eje de la resistencia», una vaga alianza de Irán, Hizbulá, Hamás y, anteriormente, Siria.
¿Tienen los demás Estados del Golfo influencia en el desarrollo de la situación?
Los EAU tienen inversiones económicas en Cisjordania, al igual que Catar. Los EAU han adoptado una postura similar a la de Arabia Saudí sobre el ataque, calificándolo de «escalada seria y grave». Hay algo de competencia entre ellos en términos de ejercer influencia en Cisjordania, pero en líneas generales van por el mismo camino, dado que EAU participó en los Acuerdos de Abraham y Arabia Saudí ha estado hablando de normalización.
La historia nos ha demostrado que, a veces, ha habido una voluntad de hacer caso omiso de las cuestiones controvertidas en la región. Por ejemplo, cuando la embajada estadounidense se trasladó de Tel Aviv a Jerusalén, la mayoría de los Estados permanecieron callados, a pesar de que se trataba de un cambio enormemente simbólico. Pero, por supuesto, el ataque a Israel se sitúa en un nivel de sensibilidad política totalmente distinto.
Catar está intentando desempeñar un papel mediador en el posible intercambio de prisioneros. El país tiene un historial cada vez más amplio de iniciativas diplomáticas, ya que intervino en Líbano a mediados de la década de 2000 y ha participado en el diálogo entre Estados Unidos y los talibanes. Pero a pesar de esta dimensión diplomática de la política exterior catarí, no ha demostrado que sea capaz de ejercer mucha influencia sobre Israel.
¿Dónde deja esto al pueblo palestino?
El pueblo palestino está cada vez más aislado: atrapado en los contornos de las maquinaciones geopolíticas, abandonado por quienes deberían apoyarlo. Aunque los países mantienen cierto diálogo con grupos palestinos como Fatah en Cisjordania, estos grupos son tan débiles y tienen tan poca legitimidad que realmente no importa lo que digan. Con estas enormes disparidades de poder, la inclinación de los israelíes por conseguir la paz es limitada ‒menos aún desde el atentado de Hamás‒ y la capacidad de los palestinos para lograr la paz es limitada.
Tras el ataque, Israel ha ordenado a los gazatíes que huyan de su ciudad, pero dado que existe un bloqueo y que hay que tener permiso de los israelíes para salir a través de los puestos de control controlados por Israel, no tienen adónde ir. Gaza es, de hecho, la mayor prisión al aire libre del mundo, con infraestructuras devastadas por 16 años de bloqueo. Los continuos ataques aéreos israelíes están destruyendo aún más sus hospitales, escuelas, tiendas y hogares.
Hamás como entidad política no es especialmente popular, porque no ha sido capaz de alcanzar sus objetivos. Pero como grupo militante ha cultivado la legitimidad en ciertos sectores. Sin embargo, el acto moralmente repugnante de matar a civiles será, en mi opinión, un grave error estratégico para la organización. La respuesta de Israel al atentado de Hamás se está presentando ampliamente como parte de la «guerra global contra el terror», situando a Hamás junto a grupos como Al Qaeda y Daesh, mientras el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, trata de cultivar el apoyo mundial a sus acciones.
Mientras tanto, la Autoridad Palestina (AP), que es la amplia organización que regula la vida en Cisjordania y Gaza, es impotente, incapaz de ejercer influencia alguna en Israel o en la escena mundial. Existe una frustración real entre la población palestina con la AP, que no sale a condenar a Hamás porque eso significaría condenar la resistencia contra una ocupación que ha causado tanta devastación en los años posteriores a la guerra de 1967.
Los ataques han envalentonado a las voces extremistas de todos los bandos, desde los militantes de Hamás en Gaza hasta las comunidades de colonos de derechas en Israel. Los efectos de que las voces extremistas ganen protagonismo, y de la consiguiente violencia, serán devastadores.
Simon Mabon es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Lancaster (Reino Unido)
Publicado originalmente en The Conversation bajo licencia Creative Commons el 11/10/2023
Traducción del original en inglés: Israel-Gaza conflict: how could it change the Middle East’s political landscape? Expert Q&A
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