¿Qué única cosa llevarías contigo si tuvieras que abandonar de pronto tu hogar, tu país, sin saber cuándo o cómo podrás regresar? La pregunta, que para la mayoría de nosotros no es más que un modo de reflexionar sobre las cosas que realmente importan, sobre nuestros valores, refleja sin embargo la experiencia real de cientos de miles de personas que se ven empujadas al desarraigo absoluto como consecuencia de la guerra o la persecución.
El fotógrafo estadounidense Brian Sokol ha planteado la cuestión, primero a refugiados sudaneses, y después a refugiados sirios, como parte del proyecto The Most Important Thing (la cosa más importante), auspiciado por la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR). El resultado es una serie de retratos conmovedores y llenos de fuerza, en los que los refugiados posan con la única cosa de la que jamás habrían podido desprenderse; unas imágenes austeras y desprovistas de color que, sin embargo, ayudan a hacer más próximo un drama humano que muchas veces queda solapado por las abrumadoras, y a la vez frías, estadísticas.
En la presentación del proyecto, ACNUR destaca las diferencias encontradas entre los refugiados sudaneses y los sirios: Los primeros, que huían de Sudán a Sudán del Sur, llevan sartenes y cacerolas, contenedores para el agua y otros objetos útiles de cara a un trayecto largo. Los sirios, sin embargo, parecen ocultar el verdadero objetivo de su viaje, «como si fueran de excursión, camino de la frontera». «Llevan pocas cosas, unas llaves, algunos papeles, teléfonos, pulseras, cosas que pueden ser guardadas en los bolsillos… Otros muestran símbolos de su fe religiosa o recuerdos de sus hogares y de tiempos más felices».
Las fotos de esta entrada son una selección de la segunda parte del proyecto, la centrada en los refugiados sirios. Todas las imágenes, incluyendo las de los refugiados sudaneses, así como las historias personales de sus protagonistas, pueden verse en la página de UNHCR (ACNUR, en inglés) en Flickr.
Waleed, de 37 años, es médico y trabaja en la clínica de Médicos Sin Fronteras del campo de refugiados de Domiz, en el Kurdistán iraquí. Salió de Siria tan solo 20 días después del nacimiento de su hijo. Su posesión más importante es la foto de su esposa. Foto: Brian Sokol / UNHCR
Tamara (20 años) trajo sus diplomas, y espera poder utilizarlos para continuar su educación en Turquía. Ahora está en el campo de refugiados de Adiyaman, en este país, a donde llegó después de que su casa en Idlib fuese destruida. Foto: Brian Sokol / UNHCR
May, una niña de ocho años que vive en el campo de refugiados de Domiz, echa de menos a su muñeca. Cuando su familia salió de Damasco no pudo llevársela. Su cosa más preciada ahora son estas pulseras. Foto: Brian Sokol / UNHCR
Omar, de 37 años, decidió escapar de Siria la noche en que mataron a sus vecinos. Su buzuq (un tipo de laúd) le trae recuerdos de su vida en Damasco: «Por un rato me alivia un poco las penas». Foto: Brian Sokol / UNHCR
Sin la ayuda de su bastón, Ahmed no habría podido cruzar la frontera entre Siria e Irak, un trayecto a pie de dos horas. Dejó Damasco junto a su familia, y ahora vive en el campo de refugiados de Domiz. A uno de sus hijos, que se quedó en Siria, lo mataron el pasado mes de octubre. Foto: Brian Sokol / UNHCR
Yusuf, de Damasco, está ahora en el valle de la Bekaa, en el Líbano. Su objeto más preciado es su teléfono móvil. Con él llama a su padre y en él mira las fotos de sus seres queridos. Foto: Brian Sokol / UNHCR
Leila tiene nueve años. Los pantalones vaqueros que enseña a la cámara los trajo desde Siria hasta Erbil, en el Kurdistán iraquí, donde vive como refugiada junto a su familia. «Un día fui a comprar con mis padres y estuve mirando durante horas sin encontrar lo que buscaba. Cuando al fin vi éstos supe que eran perfectos porque tienen el dibujo de una flor, y me encantan las flores». Solo se los ha puesto tres veces, para ir a dos bodas y para visitar a su abuelo. Leila asegura que no quiere volver a usarlos hasta que pueda ir a otra boda, y que espera que sea en Siria. Foto: Brian Sokol / UNHCR
Iman, de 25 años, en el campo de refugiados de Nizip, en Turquía. Cuando huyó de Alepo lo único que llevó consigo fueron sus hijos, Ahmed y Aisha, y un Corán: «Mientras lo tenga junto a mí, me sentiré conectada con Dios». Foto: Brian Sokol / UNHCR