Hace apenas una semana, cuando el número de muertos en Gaza no había llegado aún a los 200, una web israelí publicó un reportaje sobre la «Sala de Guerra Hasbará» de la Universidad de Herzliya, un lugar donde 400 estudiantes voluntarios están librando una batalla propagandística en Internet [Hasbará, «explicación, esclarecimiento», es un término utilizado por el Estado de Israel y por grupos independientes para describir sus esfuerzos por explicar las políticas del Gobierno israelí y fomentar la imagen de Israel en el mundo]. Trabajan en 30 idiomas, y su objetivo es contrarrestar el sentimiento «antiisraelí» en las redes sociales.
En Internet, por supuesto, estos guerreros electrónicos israelíes parecen gente corriente que simplemente está expresando opiniones personales. Pero la ‘operación Herzliya’ es, en realidad, el último proyecto de un programa de propaganda gubernamental (documentado por Electronic Intifada aquí, aquí, aquí y aquí) que tiene una historia un tanto accidentada. El año pasado, el jefe del programa, Daniel Seaman, fue retirado del cargo tras publicar en Facebook un comentario que provocó una protesta oficial del Gobierno japonés. Decía así:
Estoy harto de los japoneses y de los grupos pacifistas y de derechos humanos de todo el mundo, con sus santurronas conmemoraciones anuales en recuerdo de las víctimas de Hiroshima y Nagasaki. Hiroshima y Nagasaki fueron la consecuencia de una agresión japonesa. Se cosecha lo que se siembra.
Y en otra entrada, Seaman preguntaba:
¿Significa el comienzo del ayuno del Ramadán que los musulmanes van a dejar de comerse los unos a los otros durante el día?
Varios cientos de propagandistas trabajando en sus ordenadores pueden parecer muchos, pero, diluidos entre los millones de usuarios de redes sociales en todo el mundo, sus esfuerzos apenas están haciendo mella. Desde un punto de vista israelí, se diría que estos propagandistas están empleando su tiempo de un modo bastante poco efectivo, tal vez porque no saben muy bien cómo responder a la avalancha de críticas.
Un ejemplo: este domingo, alguien entró en Wikipedia desde una dirección IP del Gobierno israelí y alteró el artículo sobre el sistema de defensa Cúpula de Hierro. Ésta es una de las frases originales:
Uri Misgav ha expresado en Haaretz la opinión de que los creadores del sistema Cúpula de Hierro han logrado una maravilla tecnológica que ha salvado muchas vidas, pero también una brillante invención que, en un sentido estratégico, causa daño, ya que permite a los israelíes inflar su victimismo a la vez que continúan viviendo sus vidas con relativa comodidad.
La contribución del Gobierno israelí fue insertar las palabras «el periódico de extrema izquierda» antes de «Haaretz».
Otra de las frases en la entrada original de Wikipedia empieza así:
Misgav escribe más adelante que la Cúpula de Hierro no va a devolver la calma a los residentes del sur de Israel, ni a los sitiados residentes de la franja de Gaza, y que los israelíes necesitan esforzarse con valentía y generosidad para conseguir una solución sistemática…
El Gobierno israelí borró las palabras «ni a los sitiados residentes de la franja de Gaza».
Quienquiera que fuese el que realizó estos cambios no tiene ni idea de cómo funcionan las redes sociales. Intentar manipular subrepticiamente las entradas de Wikipedia es algo peligroso; lo más seguro es que se note, como ocurrió en este caso. De hecho, ahora hay una cuenta en Twitter (@israeledits) desde la que se informa automáticamente de cualquier cambio realizado en Wikipedia desde direcciones IP pertenecientes al Gobierno israelí.
En guerras anteriores, Israel podía confiar en que obtendría una cobertura favorable por parte de los medios de comunicación occidentales, especialmente, de los estadounidenses. Esto sigue siendo así en EE UU, pero hay señales de que las cosas están empezando a cambiar. Una de las razones es que la diversidad de los medios en Internet ha diluido el impacto de los medios tradicionales y, en cierta medida, les está obligando a revisar sus viejas prácticas.
Pero si bien es cierto que muchas de las dificultades con que se encuentra la propaganda israelí pueden ser atribuidas a la cambiante naturaleza de los medios, el problema de fondo está en que el mensaje en sí es inherentemente débil. Las acciones militares contra Gaza dan una imagen mucho más devastadora que cualquier ataque procedente de Hamás.
El «derecho de Israel a defenderse» (un derecho que, aparentemente, no tienen los palestinos) suena especialmente hueco ante la enorme desproporción existente en el número de bajas de ambas partes.
Del mismo modo, el discurso de que los israelíes viven bajo el terror de los poco eficaces ataques con cohetes –sirenas, refugios, etc.– no resulta muy convincente cuando estamos viendo fotografías de israelíes sentados en sofás al aire libre, viendo los fuegos artificiales cerca de la frontera con Gaza. Usuarios de Twitter han publicado asimismo fotos de israelíes, supuestamente sitiados, disfrutando del sol en las abarrotadas playas de Tel Aviv.
Y luego están los famosos túneles de Gaza –una respuesta natural a las acciones de Israel en los últimos años–, que parecen conmocionar a los propagandistas israelíes, pero que no causan demasiada impresión a la mayoría del resto del mundo. Anoche, en la televisión británica, un portavoz israelí denunciaba que todo el cemento necesario para construir esos túneles podía haberse utilizado en construir casas, escuelas, hospitales, etc. La ironía de semejante declaración, en un día en que Israel siguió demoliendo casas, e incluso un hospital, pareció escapársele.
Las redes sociales están influyendo en la guerra de Gaza de dos maneras importantes: por un lado, están cuestionando tanto el discurso israelí como el de los medios tradicionales que lo regurgitan automáticamente. Los oficiales israelíes están acostumbrados a avanzar por un camino de rosas, especialmente en los medios estadounidenses, donde pueden realizar la más absurda de las declaraciones sin que nadie les cuestione seriamente. Así, Netanyahu puede seguir haciendo en la televisión estadounidense sus repugnantes comentarios sobre «telegénicos muertos» palestinos, pero inmediatamente será confrontado en Twitter con las preguntas que su entrevistador debería haberle hecho.
Tomemos el caso de Ayman Mohyeldin, el reportero de la cadena de televisión NBC que, junto con otros periodistas, fue testigo de la muerte de cuatro niños que estaban jugando al fútbol en una playa de Ciudad de Gaza. Mohyeldin publicó algunos tuits muy fuertes sobre lo que había visto. Glenn Greenwald cuenta lo que pasó después:
A pesar de este impactante ejemplo de periodismo de primera mano, o tal vez por ello, Mohyeldin no apareció por ninguna parte en la emisión de anoche del programa de la NBC ‘Nightly News’, presentado por Brian Williams. Como señaló Jordan Chariton, de Media Bistro, en su lugar, y curiosamente, la NBC emitió un ‘reportaje’ realizado por Richard Engel, quien se encontraba en Tel Aviv, y que había llegado allí aproximadamente una hora antes. Chariton escribe que «la decisión de que fuese Engel el encargado de contar la historia, y no Mohyeldin, enfadó a algunos miembros de la redacción de NBC News».
De hecho, muchos empleados de la NBC, incluyendo algunas de las estrellas de la cadena, se mostraron primero confundidos y luego indignados por el cambio. Lo que no sabían, de lo que no se ha informado hasta ahora, es que Mohyeldin fue apartado completamente de su trabajo en Gaza por uno de los altos ejecutivos de la NBC, David Verdi, quien le ordenó abandonar la franja inmediatamente.
El caso de Mohyeldin ilustra una de las dificultades a las que se enfrentan los grandes medios de comunicación favorables a Israel. Apaciguar a la opinión pública israelí solía ser la opción más segura, pero ahora las redes sociales les están forzando a prestar mucha más atención a las demandas de una audiencia más amplia. La tormenta que provocó en Internet la repentina decisión de hacer salir a Mohyeldin de Gaza hizo que la NBC reconsiderara su postura y le permitiese finalmente volver a la franja.
El segundo gran efecto de las redes sociales en la cobertura de Gaza es que los periodistas de los grandes medios están tuiteando y produciendo reportajes en toda regla sobre el terreno. Esto supone un gran cambio. Como indica Paul Mason, de Channel 4:
Durante la operación Plomo Fundido, en 2009, había muchos menos medios grandes allí [en Gaza], y muchos de ellos no tuiteaban. Actualmente, a muchos periodistas se les pide que tuiteen como parte de su trabajo. Pero no es lo mismo tuitear que realizar un reportaje tradicional.
Un reportaje pasa por un proceso de edición. Las partes que no coinciden con la política editorial del medio pueden suprimirse; los hechos tienen que se comprobados y contrastados con otros hechos y otras versiones. El mismo equipo que elabora el reportaje (productor, reportero, cámaras, traductores) supone ya un primer filtro. Pero en Gaza no hay filtros y, además, ahora tuitean también los cámaras y los periodistas que no aparecen en pantalla. Y en lo que respecta a los periódicos, ahora hay varios periodistas tuiteando al mismo tiempo, en lugar de pasar todos por la máquina editorial para convertirse en un único producto final
Y aquí está la clave: las noticias, instantáneas y sin filtrar, son contrastadas por la mente colectiva creada por las mismas redes sociales. El proceso de edición es el propio medio…
Es verdad que, por más que pongas a una docena de periodistas con Twitter sobre el terreno, los procesos y políticas editoriales seguirán aplicándose al pulido (algunos dirán «censurado», o «ideologizado») reportaje final. Pero la información en bruto seguirá ahí, y cualquier intento de añadir matices ideológicos, o políticamente correctos, a los hechos, va ser mucho más fácil de detectar.
Es probable que el Gobierno israelí se esté arrepintiendo de haber permitido la entrada de tantos periodistas extranjeros en Gaza. Tal vez sea esa una de las razones por las que el ministro de Asuntos Exteriores, Avigdor Lieberman, quiere ahora prohibir que Al Jazeera siga operando en Israel, una iniciativa que, según se ha informado, Lieberman justificó diciendo que la prohibición no sería muy diferente de cuando el Reino Unido se negó a permitir la publicación del diario nazi Der Sturmer, o de cuando Estados Unidos prohibió las emisiones de un canal de televisión de Al Qaeda.
Los usuarios de Twitter se apresuraron a responder comparando a Lieberman con el nuevo dictador egipcio, el general Al Sisi, quien ya ha vetado a Al Jazeera en este país.
Brian Whitaker, responsable de la web Al Bab, es periodista, antiguo jefe de la sección de Oriente Medio en The Guardian, y autor del libro Arabs Without God: Atheism and Freedom of Belief in the Middle East.
Publicado originalmente en Al Bab bajo licencia Creative Commons el 22/7/2014
Traducción del original en inglés: Losing the plot. How Israel’s media offensive has come unstuck
Como complemento al artículo, esta interesante conversación en la radio pública estadounidense, NPR, con Anne Barnard, corresponsal de The New York Times en Gaza, y Peter Bouckaert, de Human Rights Watch: Tuitear desde una zona de conflicto, ¿favorece o perjudica el trabajo periodístico?:
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