Alain Gresh, en Nouvelles d’Orient (24/2/2011):
Las informaciones provenientes de Libia son contradictorias, parciales y, en ocasiones, sin confirmar. En cualquier caso, no hay ninguna duda de la brutalidad del régimen, y de que el número de muertos es muy alto: centenares, según las organizaciones no gubernamentales, probablemente más si se tiene en cuenta la violencia utilizada por las milicias del régimen. Si bien el este del país, con las ciudades de Bengasi y Tubruk, ha caído en manos de los insurgentes, lo que ha permitido la entrada en Libia de periodistas extranjeros, la parte oeste, y especialmente Trípoli, continúa siendo inaccesible. Aparentemente, Gadafi ha recuperado el control de la capital, y parece conservar el apoyo de las tribus de la región. […]. Por otro lado, se está apoyando en mercenarios del África subsahariana, lo que podría contribuir a aumentar el racismo contra los negros que viven en el país.
El carácter errático y dictatorial del coronel Muammar al Gadafi quedó confirmado en su iluminado discurso del pasado día 22. El líder libio recordó las conquistas conseguidas durante su mandato, y, en particular, la retirada de las bases británicas y estadounidenses y la nacionalización del petróleo, unas conquistas que le valieron, al principio, una popularidad indiscutible y una condena occidental igual de masiva. Pero en su discurso se prodigó también en declaraciones amenazadoras e incoherentes, afirmando que no podía dimitir puesto que no ocupa ningún cargo oficial, que lucharía hasta la última gota de su sangre, que el país se dirigía hacia la guerra civil, etc.
La justificada indignación que ha producido contrasta con el silencio que prevalecía cuando el régimen, a principios de la pasada década, masacraba sin piedad a los islamistas al tiempo que ensayaba una reconciliación con Occidente. La detención y la tortura de los militantes islamistas en Libia (como en Egipto o en Túnez) no parecía indignar a los bien pensantes. […]
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