Después de 20 meses de combates y bombardeos, más de 35.000 muertos, unos 400.000 refugiados (700.000 para fin de año), en torno a dos millones y medio de desplazados, incontables vidas destrozadas, daños incalculables en ciudades e infraestructuras y más de un año de duras sanciones económicas internacionales, la guerra civil en Siria parece estar alcanzando al fin un desenlace, y el régimen de Bashar Al Asad podría tener sus días contados. El problema es saber cuántos días son esos, o si, lo más probable, serán más bien semanas o incluso varios meses.
Los últimos acontecimientos sobre el terreno hacen pensar que, efectivamente, la balanza está empezando a desequilibrarse. Los rebeldes han conseguido avances importantes y han derribado, por primera vez, aviones del Gobierno. También han capturado bases militares y han logrado interrumpir algunas vías de suministro del régimen. Por otra parte, los heterogéneos grupos de la oposición han conseguido llegar a un acuerdo y elegir un líder común provisional.
Pero lo más significativo puede ser el aumento de la presión internacional. Nadie habla aún de una intervención militar directa, pero el tono, animado por la debilidad en que parece encontrarse el gobierno de Damasco, empieza a ser distinto. La OTAN ha anunciado el despliegue de misiles Patriot en suelo turco para la defensa de la frontera con Siria, y ha destacado un gran número de efectivos en la zona (en principio, para defender a Turquía de un posible ataque, pero el caso es que ahí están); las advertencias de EE UU y otros países occidentales se han hecho más duras ante la posibilidad de que Asad pueda estar planteándose utilizar armas químicas y, lo verdaderamente importante, Rusia ha empezado a aflojar su apoyo al régimen sirio. Básicamente, y al margen de otros respaldos más morales que reales, a Asad solo le queda Irán.
Estas son las claves que podrían estar marcando el principio del fin de la guerra en Siria, y los problemas que vendrán el día después.
Avances rebeldes
En el apartado militar, las unidades de rebeldes sirios operan según tres estrategias fundamentales: Cortar las rutas de suministro del régimen, capturar bases militares y apoderarse del mayor número de armas posible. En las tres están teniendo éxito, aunque de momento no de una manera que pueda considerarse totalmente definitiva. Lo que sí parece claro es que los rebeldes han empezado a dar muestras de una mayor organización y efectividad, algo de lo que no habían sido capaces hasta ahora. De hecho, no han cedido terreno desde el mes de septiembre, a pesar de que la respuesta militar del régimen no ha dejado de incrementarse.
Gracias a esta presión, los rebeldes han podido hacerse con el control de grandes regiones del norte del país (donde ya solo pueden ser atacados por aire), y sumar armas más pesadas a las que reciben ya desde Arabia Saudí y Catar a través de la frontera turca. Hace algo más de una semana consiguieron derribar un caza y un helicóptero del ejército usando misiles tierra-aire.
La captura de armas es fundamental para los insurgentes, ya que las potencias occidentales y los países de la zona han rechazado hasta ahora armarlos directamente, debido a dos razones: la falta de unión entre los opositores y el creciente número de militantes fundamentalistas islámicos (‘yihadistas’ y salafistas) entre las filas rebeldes. No obstante, esta política podría estar cambiando ya, al menos de forma extraoficial. El diario francés Le Figaro, por ejemplo, ha revelado que asesores militares franceses se reunieron con insurgentes sirios en las últimas semanas, para identificar a posibles receptores de suministros de armas. Los agentes franceses conversaron directamente con miembros del Ejército Libre Sirio «en una zona entre el Líbano y Damasco», según el diario. Agentes británicos y estadounidenses también estarían en conversaciones con líderes rebeldes.
Objetivos importantes
Las fuerzas opositoras que siguen luchando por controlar Alepo (la segunda ciudad más grandes de Siria) culminaron el pasado 18 de noviembre un asedio de casi dos meses al conquistar el emplazamiento del Regimiento 46º, una de las unidades importantes dentro de las fuerzas del Gobierno destacadas en torno a la ciudad. Según indicó a la BBC Elias Hanna, un analista militar en la Universidad Americana de Beirut, esta victoria fue un «punto de inflexión táctico que puede dar lugar a un cambio estratégico». Dos días más tarde, los rebeldes reforzaron su control de la provincia Deir Az Zur (situada al este del país y rica en petróleo) tras capturar un batallón de artillería, después de otro asedio de tres semanas.
Milicias de la oposición siria han tomado ya numerosas posiciones en torno a las localidades de Idlib, Deir Az Zur y la propia Alepo. Con estos objetivos rodeados, o a punto de ser capturados, la siguiente ciudad en caer podría ser la importante localidad de Hama, en el oeste del país. En sus avances, los rebeldes han conseguido conquistar un aeropuerto militar y dos campos de petróleo, mientras siguen atacando asimismo bases militares cercanas a Damasco.
La lucha en Damasco
Los combates que se libran en torno a la capital y, en concreto, en la autovía que une la ciudad con el aeropuerto, han empezado a afectar al tráfico aéreo. El pasado 29 de noviembre hubo interrupciones de vuelos, y, como indica Jordi Pérez Colomé en eldiario.es, si la situación se empieza a repetir, la llegada de la crucial ayuda iraní al régimen puede verse comprometida.
En Damasco, el éxito de los rebeldes reside en que, pese a que no han logrado avanzar significativamente aún, tampoco han podido ser rechazados todavía por las fuerzas del régimen, e incluso han conseguido atentar contra infraestructuras militares (y también en zonas civiles) en la ciudad. James Miller explica en EAWorldView que la lucha es muy complicada para el Gobierno, porque, además de los ataques militares que recibe desde los alrededores de la ciudad, muchos rebeldes y enemigos del régimen están infiltrados en barrios y distritos del interior de la capital y sus suburbios.
También es importante la cuestion de la lealtad de los soldados sirios al régimen, ya que las deserciones, a medida que los rebeldes vayan logrando nuevas victorias, pueden convertirse en un elemento desequilibrador clave. Según explica Stephen Starr, autor del libro Revuelta en Siria: testigos del levantamiento, el creciente uso de artillería al inicio de la guerra y de bombardeos aéreos ahora es una señal clara de que el Ejército no confía en sus propios soldados, y de que tienen que recurrir al uso indiscriminado de la fuerza para derrotar a los rebeldes.
Armas químicas y amenazas
De forma paralela al desgaste causado por los éxitos militares rebeldes, y en parte como consecuencia de ello, el régimen sirio ha visto cómo la presión de las potencias occidentales se ha incrementado notablemente en los últimos días. Las últimas informaciones suministradas por los servicios de inteligencia estadounidenses, en el sentido de que el ejército sirio podría estar ultimando los preparativos para la utilización de armas químicas en la guerra, han hecho saltar las alarmas. Tanto Washington como Londres han advertido a Asad de que no tolerarán el uso de este tipo de armamento, y han amenazado, aunque sin llegar a concretar, con tomar medidas. El uso de armas químicas requeriría una respuesta lo más rápida posible, por lo que se supone que estas «medidas» no se refieren a un incremento de las sanciones económicas, o a pasar armas a los rebeles, sino a medidas militares más directas que probablemente incluirían bombardeos aéreos y las largamente demandadas por la oposición zonas de exclusión aérea.
La CIA sostiene que Siria cuenta «desde hace años» con un programa de armas químicas, y que dispone de un arsenal que puede ser utilizado en aviones de combate, misiles balísticos y cohetes de artillería. La agencia de espionaje estadounidense también sospecha que Siria ha intentado desarrollar agentes nerviosos más tóxicos y persistentes, como el gas VX, y que posee gas mostaza y gas sarín. Además, un informe independiente, que cita a agencias de inteligencia árabes y occidentales, calcula que Siria posee unas mil toneladas de armas químicas, almacenadas en medio centenar de pueblos y ciudades.
Siria no ha firmado la Convención sobre Armas Químicas ni ha ratificado la Convención sobre Armas Biológicas y Tóxicas, y el régimen no ha negado que posee este tipo de armas, aunque insiste en que «en el caso de tenerlas, jamás las utilizaría» contra su propia población. Damasco acusa a las potencias occidentales de inventar la amenaza de las armas químicas como excusa para una eventual intervención militar, de un modo que no es difícil relacionar con aquellas inexistentes armas de destrucción masiva que invocaban EE UU y sus aliados como justificación para la invasión de Irak.
«Lo que genera preocupación en torno a las noticias publicadas por los medios es nuestro temor a que algunos de los países que respaldan al terrorismo y a los terroristas [en referencia a los rebeldes] puedan entregarles armas químicas y afirmar que fue el Gobierno sirio el que usó este armamento», indicó este domingo el Ministerio de Exteriores sirio en una carta enviada a Naciones Unidas.
Rusia empieza a ceder
La clave del final del régimen de Bashar al Asad estará, probablemente, en Rusia. Hasta ahora, tanto Moscú como Pekín han impedido con su veto condenas firmes a Siria por parte del Consejo de Seguridad de la ONU, haciendo imposible que se llegue a plantear una intervención militar como la llevada a cabo en Libia. Ni EE UU ni la UE han mostrado mucho interés en una acción semejante (que sería ejecutada por la OTAN), argumentando que, con Irán, Líbano e Israel a tiro de piedra, el riesgo de desestabilización y de guerra a gran escala en la zona es mucho mayor que el que existía en Libia, donde, por otra parte, había también más intereses económicos (gas y petróleo) en juego. Pero, en cualquier caso, el rechazo ruso (más explícito y determinante que el chino, en este caso) ha impedido que la opción se haya llegado ni siquiera tener en cuenta, y, lo más importante, Asad ha sentido que no estaba aislado ante la comunidad internacional.
Ahora, sin embargo, Rusia parece haber entendido que el final de Asad puede estar cerca, y necesita situarse en una mejor posición de cara al día después, cuando sus lazos históricos y económicos con Damasco (una relación que se remonta a los tiempos de la Unión Soviética, y que incluye un importante comercio de armas y el uso por parte de Moscú de la base naval siria de Tartus) podrían volverse en su contra. Por otra parte, la especial sensibilidad de la población rusa ante políticas que siguen «los dictados de Occidente» y su «doble moral» es ahora menos importante para el Kremlin, una vez pasadas ya las elecciones de marzo.
Pero, al margen de estas consideraciones de lectura más política, también es cierto que Moscú, que ha apostado desde el principio por una salida negociada a la crisis, esté empezando a asumir que eso no será posible, y que el régimen de Asad está cada vez más debilitado. El jueves, Vladimir Vasilyev, aliado del presidente Vladimir Putin en el Parlamento ruso, indicó que «seguimos pensando que el actual gobierno ruso debería llevar a cabo sus funciones, pero el tiempo está demostrando que esa tarea está más allá de sus fuerzas».
Así, la diplomacia ha empezado a funcionar ya de un modo más activo. El pasado lunes Putin se reunió en Estambul con el presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, un paso importante, ya que ambos países han encabezado las dos posiciones opuestas sobre el conflicto (Turquía, partidaria de una intervención más directa; Rusia, partidaria de no intervenir). Y el jueves el ministro ruso de Exteriores, Sergei Lavrov, mantuvo un encuentro en Dublín con la seceretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton, y con el enviado internacional en Siria, Lakhdar Brahimi.
A pesar de todo, las espadas entre Rusia y EE UU siguen en alto, al menos de cara a la galería. Las negociaciones no van a ser fáciles ni rápidas. Tras la reunión de Dublín, Clinton dijo que «no creo que nadie piense que exista algún progreso importante», y Lavrov se mostró igual de escéptico: «No haría pronósticos optimistas. Queda por ver qué saldrá de esto», declaró. Los rusos, además, se han desmarcado también de las acusaciones sobre las armas químicas.
¿Y después?
Según sugería hace unos días The New York Times, la discusión se centra ahora no tanto en cómo acabar con Asad, sino en qué hacer una vez que el presidente sirio haya caído. En este sentido, a EE UU le preocupa su falta de influencia en los grupos rebeldes, y cada vez más voces están reclamando a Washington que, al igual que han hecho la Unión Europea (encabezada por Francia) y varios países del Golfo, reconozca plenamente a la coalición de oposición siria.
El problema es a quién reconocer y a quién apoyar. Como explica en su blog el periodista Íñigo Sáenz de Ugarte, EE UU se encuentra ante el mismo difícil dilema al que ya tuvo que enfrentarse en Irak: «Los grupos del exilio están formados por gente desconocida en Siria, sin contar con los aprovechados que quieren hacer negocio (siempre hay mucho dinero disponible). Los grupos del interior del país, incluidas las milicias, responden más a lealtades locales, no cuentan con una organización nacional que les represente y coordine, y tienen una presencia importante de grupos suníes e islamistas a los que se supone hostiles a los intereses de EE UU y Europa».
La tentación es optar por la la recientemente formada Coalición Nacional de Fuerzas Revolucionarias y de Oposición de Siria, la alianza opositora creada el mes pasado en Catar bajo los auspicios de las potencias árabes y occidentales y, según afirma Joshua Landis, profesor de estudios de Oriente Medio en la Universidad de Oklahoma y experto en Siria, «relativamente proamericana, no demasiado antiisraelí y no demasiado islamista».
Sáenz de Ugarte, sin embargo, recuerda que «quienes llevan la iniciativa sobre el terreno son grupos armados, unos integrados por ciudadanos que han abandonado sus profesiones para coger las armas y otros auspiciados por grupos radicales que no tienen la menor intención de seguir las pautas que desearían los lectores de la prensa occidental. Libertad para ellos significa elegir su propio destino, y eso puede no pasar necesariamente por respetar los derechos de las minorías o de la mujer».
Mando unificado
Mientras tanto, los rebeldes (o por lo menos los que están organizados) también empiezan ya a prepararse para la caída del régimen. Este sábado, un total de 263 figuras destacadas de la oposición, civiles y militares, la mayoría de tendencia islamista, eligieron en Turquía al general de brigada Selim Idris, un antiguo oficial del Ejército sirio que desertó, como jefe del nuevo mando unificado de la rebelión armada. Idris liderará un mando conjunto de 30 miembros.
Según informó la agencia Reuters, la nueva dirección del comando centralizado de la insurgencia incluye a numerosos dirigentes vinculados a los Hermanos Musulmanes, y también a grupos salafistas, partidarios de una interpretación estricta y tradicional de la ley islámica. En cambio, margina a otros oficiales de alto rango que han desertado de las filas del Ejército para unirse a la rebelión. En concreto, se calcula que dos tercios de los mandos pertenecen a los Hermanos Musulmanes y sus aliados, un reflejo del peso cada vez mayor que tienen las milicias islamistas en los combates.
Está por ver, sin embargo, el alcance real de este acuerdo alcanzado en Turquía, ya que muchas de las unidades y milicias que están luchando en el interior del país, islamistas radicales incluidos, están fuera del control de los grupos que conforman el Ejército Libre Sirio, o simplemente no lo reconocen.
El destino de Bashar al Asad
Pocos son los analistas que se atreven a vaticinar un final rápido del régimen de Bashar al Asad, pero también son pocos los que ponen en duda que esto ocurrirá tarde o temprano, agotadas ya las posibilidades de una salida negociada con la oposición. Y ante ese escenario, al presidente sirio le quedarán dos opciones: Exiliarse o, como él mismo ha insistido en sus pocas apariciones públicas durante la crisis, «morir en Siria».
Con respecto a la posibilidad del exilio, los rumores han comenzado ya, una prueba más de que la situación no es la que era hace tan solo unos meses. Según informó esta semana el diario israelí Haaretz, Asad estaría estudiando pedir asilo político en algún país de América Latina para él y su familia, en el caso de que fuera obligado a abandonar Damasco. Las fuentes citadas por el periódico indicaban que la diplomacia siria habría inicado «contactos» con Cuba, Venezuela y Ecuador.
Según el diario, el viceministro sirio de Exteriores, Faisal al Miqdad, mantuvo encuentros en estos tres países latinoamericanos y llevó consigo cartas personales clasificadas de Asad a los respectivos presidentes. El Ministerio de Exteriores venezolano confirmó al diario El Universal que Al Miqdad entregó una carta para el presidente del país, Hugo Chávez, que éste recibió antes de viajar a Cuba el miércoles pasado para recibir tratamiento médico.
Publicado originalmente en 20minutos
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