¿Se ha hecho justicia? Lo que están proclamando ahora mismo en las calles miles de estadounidenses, agitando banderas y haciendo sonar los cláxones de sus coches, es que sí. Las familias de las víctimas, los bomberos, los soldados, los políticos y los líderes mundiales, muchos analistas… Justicia, victoria, esfuerzo recompensado, tenacidad, venganza…
Obama confirmó oficialmente anoche, en un dramático mensaje a la nación televisado en directo, que un comando estadounidense había matado a tiros en Pakistán a Osama bin Laden, el líder de Al Qaeda, el terrorista más buscado, el responsable de los históricos atentados del 11-S (3.000 muertos) y de muchos más, el enemigo público número uno, la obsesión de los servicios de inteligencia… Su cadáver, según informa The New York Times, ha sido arrojado al mar, en contra de las costumbres musulmanas.
Misión cumplida, pues. Bush juró que Bin Laden sería cazado («si no hoy, mañana, o dentro de un mes, o dentro de un año…») y cazado está.
Toda esta euforia, sin embargo, resulta un poco ingenua y tiene algo de obsceno.
Por un lado, la pretensión de que con la muerte de Bin Laden hay un antes y un después con respecto a la amenaza del terrorismo internacional hay que ponerla muy en duda. Al Qaeda estaba ya muy fragmentada. Es más bien, como lo era el propio Bin Laden, una especie de referencia ideológica, una marca, una franquicia en la que se incluyen distintos grupos extremistas unidos únicamente por su fanatismo y su odio a Estados Unidos. No es una auténtica organización liderada por un solo hombre, o un cerebro, a la que bastaba con descabezar.
De hecho, esta muerte ha devuelto a la red terrorista algo de notoriedad, después de haber sido muy relegada por el huracán de las revueltas árabes, que, aunque esté por ver si desembocan en un auge del islamismo o no, y aunque, en algunos casos, cuenten con conflictos interreligiosos de fondo, de momento tienen un componente esencialmente laico. La gente en la calle no está pidiendo la instauración de emiratos teocráticos para destruir Occidente; están pidiendo libertad, democracia, pan y justicia social.
Por otra parte, Bin Laden no ha tenido un juicio justo, e incluso él tenía derecho a uno. ¿No es eso lo que teóricamente diferencia a las democracias de los regímenes medievales que gente como Bin Laden pretende instaurar? Las víctimas de los atentados, sus víctimas, no tendrán la satisfacción de verle preso y sentado en un banquillo.
¿Podemos hablar de ejecución? Técnicamente, se trató de un «tiroteo», un intercambio de disparos (en realidad, un asalto con helicópteros incluidos al que, al parecer, no se opuso mucha resistencia). Pero Obama no dijo en ningún momento que había resultado inevitable matarlo. Tampoco parecía preocuparle mucho. Según ha asegurado a Reuters un oficial de la seguridad nacional de EE UU, «esta fue una operación a matar». No había intención de capturarlo vivo.
La pena de muerte no resuelve nada, nunca. Ni siquiera aplicada al diablo.
De momento, lo que tenemos es alertas terroristas en medio mundo, indignación y alivio a partes más o menos iguales en el mundo árabe y los mismos pantanales (Afganistán) que teníamos ayer.
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