Intervenir en Siria: ¿demasiado tarde?

26/8/2013 | Miguel Máiquez
Uno de los barcos de guerra estadounidenses que permanecen posicionado cerca de Siria. Foto: Lolita Lewis / US Navy

Los horrores y las masacres llevan sucediéndose en Siria desde hace más de dos años. Cientos de miles de muertos, millones de refugiados y desplazados, un país descompuesto y dividido por un odio que durará generaciones… Si, al margen de que sea o no la mejor opción, las razones para una intervención internacional se fundamentan en intentar detener semejante tragedia, hace mucho tiempo ya que esas razones están sobre la mesa. Y, por otra parte, ninguno de los dilemas y los caminos sin salida que han desaconsejado esa intervención en el pasado han cambiado ahora en lo más mínimo. Las posibilidades de una victoria militar clara y rápida siguen siendo escasas, y el riesgo de que el conflicto se vuelva más duro (represalias, ataques indiscriminados), o incluso de que se extienda a otros países de la región, sigue siendo muy alto. De tener éxito, además, las perspectivas de futuro, teniendo en cuenta la cantidad de grupos extremistas que hay operando sobre el terreno y la fragmentación de la oposición, no son muy halagüeñas.

La diferencia, lo que ha cambiado en estos últimos días hasta el punto de que estemos hablando ya de intervención «inminente» y de planes de ataque, es la posibilidad de que se hayan utilizado armas químicas contra la población. No es la primera vez que se aduce el uso de este armamento prohibido por las leyes internacionales, pero hasta la semana pasada no se había reportado un ataque verosímil a una escala tan brutal. Y Estados Unidos, país en el que están ahora fijadas todas las miradas, pese a mantener una posición de prudencia, ya dijo en su día que esa era la «línea roja» cuyo traspaso no estaba dispuesto a permitir. (El secretario de Estado estadounidense, John Kerry, tiene prevista una rueda de prensa sobre la crisis siria para este mismo lunes).

Es, por tanto, una cuestión de umbrales, pero también de legitimidad. Hasta el absurdo de la guerra tiene sus códigos, y unas formas de matar son aceptables y otras no, aunque los muertos estén igual de muertos. En teoría, las leyes internacionales consideran el armamento nuclear, biológico y químico como algo que tiene que ser especialmente regulado y controlado, lo use quien lo use. Cualquiera que lo emplee debe enfrentarse a una respuesta. En caso contrario, su utilización podría acabar por normalizarse.

Eso no significa que sea automáticamente legítimo intervenir sin el respaldo de Naciones Unidas. Las lecciones de la invasión de Irak liderada por EE UU, con su sarta de mentiras sobre las armas de destrucción masiva, están aún muy recientes como para haberlas olvidado ya. Pero sí es cierto que abre muchas puertas para justificar un ataque.

James Blitz repasa en el Financial Times precedentes y opciones:

Existen precedentes de acciones legales sin el respaldo de la ONU. Estados Unidos y sus aliados bombardearon Serbia durante 78 días en 1998 para detener la limpieza étnica en Kosovo, y esta acción no tenía autorización de la ONU. No obstante, el presidente Bill Clinton invocó entonces el argumento de que era correcto proteger a una población que estaba en peligro. Por otra parte, Estados Unidos podría argumentar que Siria está violando el Protocolo de Ginebra de 1925, que prohíbe el uso de gases tóxicos en la guerra. Desde el final de la Primera Guerra Mundial, las potencias mundiales han prohibido la utilización de armas químicas y, especialmente, de agentes nerviosos. Estados Unidos podría defender ahora el argumento de que una respuesta militar está justificada, ya que se trata de prevenir que el uso indiscriminado de armas químicas se convierta en una nueva forma de hacer la guerra.

Las diferencias con la guerra de los Balcanes, sin embargo, son notables. En un escenario como el sirio, con los tanques y la artillería del régimen situados en ciudades, como Damasco, el riesgo de causar daño a civiles es mucho mayor.

En cualquier caso, mientras Rusia siga oponiéndose, no hay ninguna posibilidad de que el Consejo de Seguridad autorice una intervención militar en Siria. Otra cosa es que esto sea relevante o no. La experiencia demuestra que, a la hora de verdad, el respaldo de la ONU importa poco cuando las potencias occidentales están resueltas a seguir adelante. De hecho, Obama ni siquiera necesitaría la aprobación del Congreso de su país.

De momento, la división es total. EE UU, el Reino Unido y Francia han amenazado (los europeos, con bastante más vehemencia que Washington) con una «respuesta contundente» si la investigación demuestra el uso de componentes neurotóxicos. Alemania, que sigue siendo la voz discordante en el bando aliado, descarta cualquier tipo de intervención militar. Rusia y China se oponen expresamente a un ataque («no hay pruebas»), e Irán habla incluso de represalias si éste llega a producirse. La Unión Europea ha evitado pronunciarse, a la espera de «los resultados de la investigación», e Israel ha dicho que «no vamos a intervenir en el tumulto regional, pero si nos atacan, responderemos».

Según las siempre macabras quinielas de la guerra, en un eventual ataque a Siria podrían tomar parte Estados Unidos, Francia, el Reino Unido, Arabia Saudí, Catar, Jordania y, probablemente, Turquía, con la ayuda de otros 27 países.

Entre tanto, los inspectores de Naciones Unidas han llegado finalmente este lunes a la zona del supuesto ataque químico, cerca de Damasco. Despues de seis días negándose, el Gobierno sirio cedió a la presión internacional y permitió que una comisión de la ONU accediese al lugar de los hechos. Los expertos están ahora recogiendo muestras y entrevistando a heridos. Para los países partidarios de la intervención, no obstante, la inspección llega demasiado tarde. Y los inspectores, a todo esto, han sido recibidos a tiros. Uno de sus vehículos fue atacado múltiples veces por francotiradores no identificados.

A estas alturas parece claro que el ataque químico se produjo. Uno de los informes más concluyentes en ese sentido es el hecho público hace unos días por Médicos sin Fronteras. Según esta ONG, tres hospitales de la provincia de Damasco a los que presta su apoyo la organización informaron de la llegada de aproximadamente 3.600 pacientes con síntomas neurotóxicos en un periodo de menos de tres horas durante la mañana del pasado día 21. De ellos, 355 fallecieron.

No está tan claro aún, sin embargo, quién fue el responsable. Los rebeldes, obviamente, acusan al régimen; el régimen, a los rebeldes. Resulta difícil creer que alguien pueda perpetrar semejante monstruosidad contra su propia gente, aunque sea con motivos propagandísticos, o para forzar una intervención internacional, pero tampoco encaja en el sentido común que el Gobierno sirio lance un ataque de esas características justo cuando acaban de llegar los inspectores de la ONU. Sea como fuere, eso es, precisamente, lo que hay que investigar. No tanto el «qué», sino el «quién».

Las especulaciones, mientras tanto, continúan. Brian Whitaker se hace eco en su blog de un reportaje publicado por Phil Sands en The National, un diario de los Emiratos, según el cual el bombardeo fue ordenado por oficiales que ignoraban el contenido químico de los misiles. Una de las fuentes de Sands (procedente de «una familia con buenos contactos, tanto entre la oposición como entre los fieles al régimen») indica:

Personas cercanas al régimen nos han contado que que los misiles químicos fueron suministrados tan solo unas horas antes de los ataques. No procedían del Ministerio de Defensa, sino del servicio de inteligencia de la fuerza aérea, bajo las órdenes de Hafez Maklouf [primo de Bashar al Asad]. Los oficiales del ejercito aseguran que no sabían que se trataba de armas químicas. E incluso algunas de las personas que las transportaron afirman que no tenían ni idea de que lo que había en esos cohetes. Pensaban que eran explosivos convencionales.

La comunidad internacional parece haber salido de su letargo con respecto a Siria, pero lo ha hecho sin una sola voz, demasiado tarde y con la opción de más guerra aún como única alternativa. En su editorial de este lunes, El País señala:

Las potencias occidentales tardaron en implicarse en Siria porque pensaron que Al Asad tenía los días contados. Y esa misma tardanza es la que ahora dificulta extraordinariamente la intervención. Al contrario de lo que ocurrió en Libia, el régimen no implosionó, y la situación ha derivado, al cabo de dos años y medio, en una brutal guerra sectaria que enfrenta a suníes, chiíes, alauíes, cristianos y kurdos. Nadie quiere poner las botas en Siria y se estudia una ofensiva con misiles tierra-aire contra objetivos militares y, tal vez, una zona de exclusión aérea. Las opciones son escasas y el riesgo de inflamar toda la región es alto. […]. Con las espadas en alto, la conferencia sobre Siria prevista en Ginebra en octubre parece un sarcasmo, pero es la única alternativa pacífica que queda.


Más información y fuentes:
» Is a US attack on Syria now inevitable? (Mark Mardell, en la BBC)
» US rallies support for Syria air strikes (Brian Whitaker, en Al Bab)
» Una eventual intervención militar en Siria divide a las principales potencias mundiales (20minutos.es)
» La opción de los Tomahawk (Íñigo Sánez de Ugarte, en Guerra Eterna)
» Strikes on Syria may now start – but the solutions are not military (Mark-Malloch-Brown, en The Financial Times)
» Obama’s Limited Options: Bombing Syria unlikely to be Effective (Juan Cole, en Informed Comment)
» Obama no necesita aprobación del Congreso si decide intervenir en Siria (AFP)
» Obama Can Strike Syria Unilaterally (Time)
» Syrian chemical attack spurs finger-pointing inside Assad regime (The National)
» Top U.S. officer outlines options for military force in Syria (Reuters)
» El avispero sirio (El País, editorial)
» Convention on the Prohibition of the Development, Production, Stockpiling and Use of Chemical Weapons and on their Destruction (ONU)

Leer también:
» El brutal ataque químico en Siria, supuesto, pero verosímil
» Los rebeldes sirios, la democracia y la única salida posible
» Siria, un atolladero cada vez más sangriento