Aaron David Miller, en Foreign Policy (19/4/2010):
El 18 de octubre de 1991, con todo en contra y ante una prensa incrédula, el secretario de Estado estadounidense James Baker III y el ministro soviético de Exteriores, Boris Pankin, anunciaron que invitaban a árabes e israelíes a una conferencia de paz en Madrid. Aquel día, de pie, al fondo del vestíbulo del hotel Rey David en Jerusalén, me asombró lo que había conseguido Estados Unidos. En el plazo de 18 meses, más o menos, Henry Kissinger había negociado tres acuerdos de retirada de las dos partes y Jimmy Carter había logrado un tratado de paz entre Egipto e Israel; EE UU había librado una guerra breve y triunfal –el mejor tipo de guerra– y expulsado a Sadam Husein de Kuwait. Y ahora tenía grandes posibilidades de dar a árabes e israelíes el último empujón diplomático. O eso pensé.
Baker, que quitaba importancia a todo, se mostró tan precavido como de costumbre. «Chicos», nos dijo a unos cuantos ayudantes en su suite tras la rueda de prensa, «si queréis bajaros del tren, éste es el momento, porque a partir de aquí es todo cuesta abajo». Pero yo no estaba escuchándole. Estados Unidos había utilizado su poder para la guerra y ahora quizá podría usarlo para la paz. Me había vuelto creyente.
Ya no lo soy. […]
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